Chile se envejece y muy rápido. En el 2025, en Chile habrá más gente en los años dorados que jóvenes con menos de veinte. Los viejos —que serán mayoría— decidirán la política y el futuro en el que vivirán sus hijos y nietos, lo que podría ser una trampa de egoísmos mutuos y un caldo de cultivo para abusos y oportunismos. Dicho así, este no es tema de reformas, sino un asunto de máxima trascendencia.
El mismo proceso ya se vivió en Europa, o en Japón, y se empieza a vivir en China, pero o son países que tuvieron un siglo para hacer los ajustes que significó el envejecimiento poblacional, o tienen los recursos para enfrentarlo. ¿Tenemos nosotros tiempo y espaldas como para darnos el lujo de estar relajados? Porque el problema se nos viene como un tsunami. Ya somos tres millones de personas con más de sesenta y cinco años; con expectativa de vida para hombres y mujeres de alcanzar los ochenta (una de las más altas de América, incluso mayor que EE.UU.). Ciertamente hay preocupación, y el tema cruza trasversalmente la banda del hacer político. La actual reforma previsional ayudará, sin duda. ¡Aplausos! La intención y gestión para mejorar la estructura de la salud, y atender diligentemente a los viejos. ¡Bien! Y la propuesta de integración social para no relegar a los mayores. ¡Estupendo! Pero, no es suficiente.
A los jóvenes les encantan las utopías. Todos fuimos soñadores, y quisimos el Cielo en la Tierra. Pero, a medida que la piel pierde elasticidad y el cuerpo se pone lerdo, a veces la mente también pierde velocidad, retención y potencia. Quisiera expresar mi modesta opinión en ese campo, que manejo mejor. Y como en otras ocasiones, recurro a la sabiduría milenaria de las más antiguas civilizaciones. En este caso, enuncio un tema con título ostentoso, pero que en el fondo tiene la lógica del agua que corre hacia el mar: el sistema de las cuatro edades (Chaturvarna-ashramadharma), que fue el gran sostén de las sociedades de todo el sur y sudeste asiático. Se entiende por las cuatro edades, la niñez, la edad juvenil, la edad productiva y la vejez. La niñez y la juventud, conceptualmente no difieren de nuestra idea y esfuerzo por hacer crecer personas sanas, íntegras y que ojalá alcancen, junto con el comienzo de la edad adulta, la capacidad de tomar decisiones con libertad y pleno raciocinio. Una pequeña gran diferencia. Allá en el Oriente se prefirió y se dio máxima importancia a la prevención y a evitar el sufrimiento (en vez de tratar después de arreglar los entuertos), que en un tema tan importante como la sexualidad, significó desarrollar desde la tierna edad la capacidad de contener y resistir de manera positiva el deseo sexual. En una palabra, abstinencia.
Por eso, la edad productiva significaba por fin la época de ser fértil, de dar y recibir amor; entregar todo lo aprendido, asimilado, mantenido en reserva como un tesoro; edad para concebir hijos y para producir riqueza.
Pero también en la edad adulta ha de comenzar la etapa de prepararse para la vejez (hoy, eso implicaría el ahorro previsional y que comienza, digamos, a los veintisiete). Pero con un elemento que el grueso de nuestra población no hace: comenzar a preparar el cuerpo, la mente, y el alma, para la vejez. Porque la última edad debe no sólo ser digna, sino la mejor etapa de la vida que se ha de esperar con las mismas ganas con que se llega al día viernes y comienza el disfrute de un esperado y delicioso descanso.
Si alguien junto con empezar a ahorrar para las vejez, siendo aún un adulto joven, a la vez comenzara a practicar Yoga (no sólo āsanas, sino Kriyā yoga, Rāja yoga), cuando tenga sesenta estará iluminado. Es decir, la mente será más potente que nunca. En lo material, ni siquiera necesitará mucho. Al revés, como dice uno de los más prestigiosos escritores sobre Yoga, el gran Patañjali: “Una vida en decorosa pobreza pero con la Conciencia establecida en el hogar de la Naturaleza, logrará lo que quiera; transformará una choza en palacio, una sencilla comida en un festín, una tarde soleada, en un avance del mismísimo Paraíso”.
Imagínelo: una vida tranquila y gozosa, ya sin sobresaltos, transcurriendo cada día entre rutinas sanas y entretenidas, con residencias sencillas pero cómodas, donde los viejos estén felices de estar; y puedan salir si lo desean. Sin ser maltratados y olvidados, sino constituir la institución más respetada y de peso (que es lo que quiere decir “Senado”: reunión de los que alcanzaron la senectud), donde se oigan las más prudentes opiniones, y se ejerza algún nivel de mando y regulación de la sociedad, desde el nivel de la Sapiencia y la Luz. Los sueños, concebidos por mentes poderosas, se hacen realidad.