Mientras preparaba mi huevo a la copa para el desayuno, mi señora me dice que son huevos de gallinas felices, criadas al aire libre y con alimentos sin pesticidas.Quedé pensativo y empecé a recordar.
Por el año 1943, el papá de mi amiga Verónica vivía en una parcela en Peñablanca y tenía una crianza de gallinas. Un buen día, me muestra una revista llamada Mecánica Popular con una fotografía en blanco y negro que ofrece jaulas para gallinas. Desea copiarlas y consigo con mi tío Rómulo, que era constructor civil, un soldador e inicia una verdadera industria.
Las jaulas, una al lado de la otra, se colgaban a un metro del suelo para recoger el guano, que se vendía como abono. La jaula tenía, adelante, una lata en forma de “v corta” y la gallina sacaba la cabeza para alimentarse, y otra igual para el agua que corría gracias a una pequeña inclinación.
El huevo caía al piso y rodaba suave hacia adelante donde tenía una tarjeta para anotarlos. Las que figuraban sin posturas un par de días, iban al matadero…
Recuerdo que el éxito lo llevó hasta Buenos Aires para ofrecer la nueva industria. Como en esos tiempos yo navegaba en buques mercantes haciendo cabotajes entre Chiloé y Río de Janeiro, me esperó en Buenos Aires y lo acompañé en un largo viaje en auto hasta una finca llamada Miraflores, algo más arriba que Mar del Plata.
Hasta allá llegaron las jaulas para las gallinas.