Su trabajo en porcelana le permite mostrar no solo la fragilidad de la vida, sino las infinitas posibilidades de transformar, contar y reparar. Sus obras no buscan decorar el mundo, sino habitarlo desde la belleza y la honestidad. “Cada pieza cuenta una historia donde lo roto no es el final, sino el comienzo de algo más fuerte, más auténtico y poderoso”.
Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés
Viene llegando del país de los mariachis, el tequila y Frida Khalo, donde fue a exponer en la reconocida galería de arte Pedro Ávila, en Metepec. Su estadía —fruto del premio obtenido en ArtWeek 2024— le permitió́ expandir su mirada, dialogar con otras culturas y volver a Chile con la certeza de que su lenguaje tiene eco más allá́ de las fronteras. “Este viaje fue mucho más que una exposición: fue una experiencia de conexión, crecimiento y gratitud profunda. México me tocó intensamente. Recordé un viaje sagrado con mi madre antes de su partida. Volver con mi obra fue cerrar un círculo lleno de amor, memoria y propósito”.
¿Qué aprendiste de ti misma en el proceso de esta exposición?
Aprendí que tengo más fortaleza de la que imaginaba. Que mostrar mi obra es también mostrarme a mí misma, y que eso puede ser liberador si se hace con gratitud y amor. Presenté máscaras de porcelana inspiradas en la flora del norte de Chile y en la fiesta de la Tirana. Elegí esas piezas porque reflejan mi raíz, mi historia y mi intención de honrar la naturaleza y nuestras tradiciones.
¿Qué significó el premio de ArtWeek?
Este reconocimiento es un impulso. No lo veo como una meta, sino como una señal de que el arte hecho con honestidad puede tocar a otros profundamente, y eso me anima a seguir creando desde lo íntimo.
Esa creación de la que habla tiene un propósito: que su obra conmueva. Que quien la mire se detenga, respire distinto, se haga preguntas. No busca decorar el mundo, sino habitarlo desde la belleza y la honestidad.
GRIETAS, TEXTURAS Y VACÍO
Erika estudió Diseño en Arquitectura Interior, más tarde Grabado y posteriormente incursionó en la Cerámica, luego de reconectarse con su linaje materno en Quipisca, al norte de Chile. Allí, a través del contacto con la tierra, se acercó a la cerámica ancestral y comprendió́ que el arte también podía ser un acto de memorias compartidas y una forma de volver al origen. Sin embargo, fue durante la pandemia, en plena pausa obligada, donde halló en la porcelana su refugio y su lenguaje; “una invitación a habitar el silencio, a moldear la fragilidad, a tener la posibilidad de transformar, de contar, de reparar. Desde entonces no dejo de explorarla”.
¿De qué hablan tus esculturas?
Mis esculturas hablan de cosas que no siempre puedo decir en voz alta. Hay gestos, emociones y silencios que solo mis manos logran traducir en forma y materia.
¿Qué historias, obsesiones o imágenes habitan tus obras?
Están hechas de memoria, de observación, de mi vínculo con la naturaleza del norte. También de preguntas y emociones que se transforman en grietas, texturas y vacío.
Uno de los sellos de su obra es la inspiración en el kintsugi, el arte japonés de reparar con oro lo que ha sido roto. Para Erika, esta técnica es mucho más que una estética: es una declaración de principios. «He aprendido a abrazar la fragilidad como una fuerza», dice. Y lo demuestra en piezas donde las cicatrices brillan con luz propia, porque no se trata de ocultar lo que ha dolido, sino de mirarlo, intervenirlo y hacerlo parte de la narrativa.
¿Por qué la porcelana?
Elegí la porcelana porque me refleja: frágil en apariencia, fuerte en esencia. Es un material que se transforma con el fuego, como muchas experiencias que nos marcan y nos moldean.
Si tuvieras que describir tu universo creativo en tres palabras, ¿cuáles serían?
Origen, fragilidad y gratitud, que últimamente es una palabra que me acompaña mucho. Es un estado que me conecta con el presente, con lo vivido y con lo que viene. También con el amor, entendido como energía que abraza tanto lo bello como lo difícil. Desde ahí intento crear, habitar y ofrecer mi obra.
Sus referentes son artistas que, desde distintas disciplinas, honran los ciclos naturales y despiertan una conexión profunda con lo esencial. “Me inspiran figuras como Andy Goldsworthy, que trabaja con la transitoriedad de la naturaleza; Ruth Asawa, con sus formas orgánicas suspendidas; o Hildegarda de Bingen, cuyo enfoque místico y botánico tiene una espiritualidad y un conocimiento ancestral. También me nutre todo lo que brota desde la tierra, lo que respira en silencio y habla sin palabras.
Si tu trabajo tuviera voz, ¿qué crees que diría de ti?
Diría: “Kika honra lo que fue, transforma lo que duele y florece desde lo más profundo”. Esa es mi forma de estar en el mundo y en mi obra.
¿Qué estás explorando ahora en tu taller?
Estoy explorando el mundo marino: anémonas, corales, huiros. Me atrae su fluidez y la vida que habita en lo profundo. Es un nuevo lenguaje que se va abriendo paso en mi taller.