Debo admitirlo de entrada: no me gusta ese subgénero llamado Cine Arte, Cine Europeo ni mucho menos el admirado Cine Francés. No lo estoy menospreciando. Solo es que no me llega. Es algo de piel. De tiempos. De infancia. O de idiomas. Por esto, mi alegría inicial al saber que, en enero, el “Festival de Cine Wikén” incluía entre sus estrenos una novedosa película sobre vinos llamada El viñedo que nos une, pero este entusiasmo se vino abajo cuando supe que era una… película francesa.
De inmediato pensé que a los franceses se les ocurrió una película sobre vinos para competir con la ahora icónica Sideways, que trata sobre los viñateros de California ¡Pero me fui de espaldas porque esta película es una catedral poética de un cine hermoso ya olvidado!
La historia tiene una base simple que narra el momento de inflexión en la vida de tres hermanos, cuando el mayor, Jean (Pio Marmaï), después de estar ausente por diez años, regresa a Borgoña cuando le avisan que su padre ha enfermado. Reuniéndose en la casa familiar con sus hermanos menores, Juliette (Ana Girardot), y Jérémie (François Civil), tienen que reencontrarse y afrontar los cambios que se avecinan.
Las personas que adoran el vino tendrán variadas razones para querer esta película. Los valles de la Borgoña están retratados con prolijidad y belleza a través de las cuatro estaciones del año. Es una historia de “seres normales con problemas de ricos”; personajes creíbles y familiares que no solo trabajando con el vino cimentan su vida, sino que han crecido entre viñedos por lo que cuidarlos, cosecharlos y embotellar sus mostos es todo lo que saben y todo lo que quieren hacer durante su existencia en este planeta. En ese chateaux crecieron porque es una propiedad que su abuelo le traspasó a su padre. La fotografía del paisaje es espléndida y delicada, con tomas extensas y otras casi a nivel microscópico. Y casi como una rareza, Cédric Klapisch —su director y guionista— despliega una elegancia no invasiva muy inusual cuando recurre a los raccontos para hilvanar las historias de los tres hermanos, separadas por las décadas que existen entre la infancia y la adultez.
El guión pudo haber caído en la jugada fácil y sentimental de transformarse en una seguidilla de bombas lacrimógenas debido a los conflictos que afloran con el regreso del hermano mayor. Pero esto no ocurre. Al contrario. En las casi dos horas de extensión que tiene El viñedo que nos une, los ojos se mantienen secos, pero el espíritu se expande. Sí, el vino es una experiencia del alma y preservar un viñedo a veces puede equivaler a una reclusión de un año dentro de un Ashram en la India.
¿Y es necesario saber de vinos para poder apreciar en su totalidad El viñedo que nos une? Al espectador neófito, lo llevará de la mano en un paseo entre parras hasta bodegas subterráneas, donde aprenderá acerca de todo lo que existe antes de que se descorche una botella. Al conocedor aficionado de vinos, el guion le habla como a un igual, tanto de plagas como de despalillado y uso de barricas ¿Y al viñatero y al enólogo? Mientras disfruta del recorrido por viñedos centenarios y cavas de familia, lo hará cuestionarse o regocijarse por haber escogido una de las profesiones más dignas y antiguas de la historia: agricultor y creador de un ser vivo… esa poesía llamada vino.