Se podría afirmar que hoy casi toda la sociedad chilena pertenece a la generación que se le educó en la idea de que el país posee un territorio antártico y cuyos límites están fijados entre los meridianos 53º y 90º de longitud oeste.
Este año se cumplen ochenta años desde que se fijaron los límites del territorio chileno en el continente blanco, gracias al decreto 1747, promulgado el 6 noviembre de 1940, durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, quien previamente, en el mes de septiembre del mismo año había, conformado una comisión especial para que estudiara y delimitara la soberanía de Chile en la Antártica. Para entonces, en 1939, Noruega había iniciado una carrera por establecer de manera pionera un territorio específico, amparándose en los descubrimientos y exploraciones que había realizado Roald Amundsen en 1911. Chile, siendo el país con mayor cercanía al continente blanco, reaccionó rápidamente con el decreto referido, estableciendo con ello una coherencia entre las pretensiones históricas y los fundamentos jurídicos, visión que hoy, ocho décadas más tarde, tienen más vigencia que nunca.
En realidad, desde tiempos coloniales, cuando la Gobernación de Chile era parte del imperio español ya existía la conciencia de que la jurisdicción meridional se extendía hasta la “Terra Australis”, aquella realidad aún imaginada pero no hallada, de un continente polar. De hecho, cuando Fernando de Magallanes realizó el famoso hallazgo del estrecho que lleva su nombre, a la ribera sur de aquel corredor interoceánico le llamó “Tierra del Fuego”, nombre que además de estar asociado a las fogatas de los Selk´nam observadas en la noche, se refería a una “tierra” no insular que, según la lógica de la época, correspondía precisamente a la referida “Terra Australis”.
Solo con las expediciones de Francis Drake, en 1578, de Schouten y Le Maire, en 1616, y de los hermanos Nodal, en 1618, se pudo probar que la “Tierra del Fuego” era en realidad una isla, y que había un gran paso al sur del Cabo de Hornos, que hoy conocemos como Drake, que separaba América del Polo Sur, aunque todavía no se sabía si realmente había un gran continente, idea que sólo pudo ser dilucidada en 1821 cuando se constató que bajo las grandes masas de hielo había tierra firme, confirmando, entonces, lo que se presumía desde hacía siglos.
Y como ese descubrimiento coincidió con los albores de la república, Chile heredó la idea de que la continuidad territorial se extendía hasta el fin del mundo, siendo O´Higgins quien fomentó la tesis de que el país debía asegurar sus territorios australes, deseos que se concretaron cuando se fundó el Fuerte Bulnes, en 1843, y la ciudad de Punta Arenas, en 1849, hitos que no solo consolidaron la soberanía del estrecho, sino que hicieron proyectar el dominio hasta las islas Diego Ramírez, antesala del continente antártico.
Luego, entre los múltiples hechos significativos que vinculan a Chile con la Antártica, está la acción del Piloto Pardo en el rescate a Shackleton en 1916, lo que demostró que el país estaba llamado a salvaguardar la seguridad de los territorios australes.
Hoy, a ochenta años de la declaratoria de 1940, y con mucha historia recorrida con posterioridad, la Antártica sigue siendo un espacio estratégico y geopolítico para el presente y futuro del país.