El talento no tiene mapa: Alejandra Mustakis, emprendedora y empresaria chilena

Si seguimos concentrando las decisiones, las inversiones y la infraestructura en una sola ciudad, no solamente estaremos limitando el crecimiento económico: estaremos empobreciendo nuestra capacidad de imaginar futuros distintos. La innovación no florece en el exceso de recursos, sino en la diversidad de miradas, experiencias y contextos. Chile no puede permitirse desperdiciar ni un solo talento, ni una sola idea que podría generar impacto social y económico.

 Siempre he creído que el talento está en todas partes. Chile está lleno de personas creativas, curiosas y resilientes, pero por demasiado tiempo hemos actuado como si la innovación solamente pudiese ocurrir en Santiago. Esa mirada centralista no sólo es injusta: también es ineficiente y costosa. La concentración excesiva de recursos, infraestructura y oportunidades limita la diversidad de ideas, genera dependencia de una sola región y, al final, empobrece el país en su conjunto.

Datos indican que más del 40% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional se concentra en la Región Metropolitana, mientras que regiones como La Araucanía, Ñuble y Arica y Parinacota presentan PIB per cápita significativamente más bajo. Esta desigualdad económica refleja, además, una desigualdad en acceso a educación, redes de apoyo, capital de riesgo y visibilidad. No estamos hablando sólo de cifras, sino de oportunidades que se pierden, de jóvenes y emprendedores que podrían generar empleos, innovación y proyectos que contribuyan al desarrollo de sus comunidades, mejorando la educación, la salud y la calidad de vida de quienes los rodean, si tuvieran acceso a un ecosistema robusto y conectado. Según datos del Banco Mundial, la concentración de innovación en pocas ciudades limita la productividad total del país y reduce su competitividad global.

He tenido la oportunidad de recorrer ferias, talleres, laboratorios, donde se respira ingenio puro. Jóvenes que inventan soluciones con materiales simples, mujeres que transforman oficios en emprendimientos sostenibles, comunidades que mezclan tradición con tecnología. Muchos de ellos se sienten aislados, sin los medios para escalar sus proyectos. No es que falte talento; es que el sistema no lo está mirando ni acompañando. Cuando no se aprovecha este capital humano, las regiones pierden desarrollo económico y social, y el país deja de generar cadenas de valor que podrían impactar en la educación, el empleo y la innovación a nivel nacional.

Descentralizar la innovación no es únicamente repartir fondos, es cambiar el modelo mental. Es entender que las soluciones más potentes para los problemas de un territorio probablemente nacen desde ese mismo territorio, con quienes los viven día a día. Significa que las políticas públicas, la inversión privada y los programas de apoyo deben reconocer y potenciar la identidad y las capacidades locales. No se trata de trasladar Santiago a cada región, sino de construir ecosistemas que permitan a cada territorio generar, experimentar y conectar sus ideas con el resto del país y el mundo.

Cuando fundamos espacios colaborativos como iF, lo hicimos con la convicción de que la innovación surge cuando las personas se encuentran, se mezclan y se inspiran. Eso también debería ocurrir a escala nacional. Imaginemos un país donde la creatividad de Valdivia dialoga con la tecnología de Antofagasta y la energía de Punta Arenas. Donde cada región desarrolla su propio ecosistema de innovación, basado en sus talentos y desafíos únicos. Al descentralizar, no sólo se impulsa la creatividad, sino que se fortalece la economía regional, se generan empleos de alta calidad y se construye resiliencia frente a crisis nacionales o globales.

El talento no tiene mapa, pero sí necesita caminos. Caminos que conecten, que distribuyan oportunidades y que reconozcan el valor de lo local. Si logramos construirlos, no estaremos simplemente descentralizando la innovación: estaremos reimaginando Chile. Un país donde el desarrollo no dependa del código postal de la región, sino de la capacidad de soñar, crear y transformar desde cualquier rincón.