El post mortem del fin del rock

Los certificados de defunción del rock comenzaron a circular a mediados de la década del setenta, cuando la primera camada de críticos musicales, encabezada por Jon Landau, Robert Christgau, Lester Bangs, Greil Marcus y Richard Meltzer, entre varias firmas pioneras, se despedía de la juventud rumbo a la treintena. El rock, se quejaban, manifestaba indicios de declive como expresión artística, alejado del filo contracultural encarnado en los sesenta. Básicamente, se había amansado. Pero el análisis dejaba fuera el propio envejecimiento de esos redactores.

La creciente industrialización de formatos y consumo con menores márgenes para sorpresas estilísticas, alejaban al público juvenil dispuesto, además, a vetas más ligeras y festivas como el funk, el soul y la música disco aderezada con incipiente electrónica, convergentes en una amalgama de pop fresco y directo. El rock parecía tomarse demasiado en serio entre títulos conceptuales y canciones de veinte minutos, hasta la aparición de Johnny Rotten, de los Sex Pistols, con una camiseta que decía Odio a Pink Floyd en pleno 1975, como síntesis del momento.

La vuelta de página del punk era una panacea que recurría al rock & roll, no muy lejos del catálogo que en sus inicios visitaba Led Zeppelin —tanto los Pistols como la banda de Jimmy Page versionaron C’mon everybody (1959) de Eddie Cochran—, y así cada cierto trecho el rock se desprendía de algunos aditivos en busca de la honestidad de las raíces, tal como el grunge sacó de una patada el hair metal en los noventa, influenciado por el hard rock de los setenta.

Con el cambio de milenio proclamar la muerte del rock a pesar del éxito revivalista de The Strokes y The White Stripes, se convirtió en un lugar común. Las condicionantes del streaming y las discográficas —sintetizó Gene Simmons de Kiss— no permiten el desarrollo de una carrera musical. No hay tiempo ni dinero para apuestas, y así es imposible el surgimiento de nuevas estrellas.

Es cierto, pero en el pasado tampoco estaba garantizado el éxito. El rock no murió, solo tuvo que ceder y asumir que el planeta entero ya no le pertenece, sino que hay otras formas —entre ellas el urbano y el Kpop— que reclaman su espacio. Tuvo que dejar de pensar en formato hegemónico para comprender que el mundo de la música popular es un territorio a repartir.