Viña del Mar posee una joya de la naturaleza de valor incalculable, el Palmar de El Salto, el cual fue, en gran parte, arrasado por el fatídico incendio de febrero de este año en Viña del Mar, siniestro que, junto con provocar dolorosas pérdidas de vidas y grandes daños materiales y medioambientales, se transformó en una pesadilla que dejará huellas profundas en todos quienes vivimos en la ciudad.
Hace años que tristemente nos estábamos acostumbrando a observar cómo los incendios iban acabando con la vida del Palmar de El Salto, una joya de la naturaleza con características invaluables. Por ejemplo, en la última década, en el sector del puente El Quiteño, en la vía Las Palmas, se habían producido frecuentes siniestros, cuya consecuencia había sido la muerte de muchos ejemplares de la célebre Jubaea chilensis, la querida palma chilena, una especie sobreviviente de un paleoclima, que ha sido declarada en peligro de extinción.
Lo más preocupante de lo que estaba ocurriendo es que poco o nada se hacía por preservar el palmar, el que junto al de Ocoa y al de Cocalán, principalmente, conforman los últimos vestigios de una especie que desde hace siglos poblaba, de manera abundante, la zona central, y que, por las características climáticas actuales y los efectos de la acción humana, se ha visto seriamente amenazada.
Solo como ejemplo del proceso de destrucción al que ha estado sometido el palmar de El Salto, es que, en el incendio de diciembre de 2022, más de 1.600 ejemplares fueron afectados por el fuego, muchos de los cuales no lograron sobrevivir; una tragedia si consideramos que algunas palmas que forman parte del conjunto se calcula que tienen cerca de quinientos años, es decir, pudieron haber sido testigos del período prehispánico, de toda la conquista española y de toda nuestra historia republicana.
Ya la construcción de la vía Las Palmas, en 1996, había provocado una polémica en cuanto a intervenir un territorio que reunía todas las características para que fuese declarado zona protegida. De hecho, se tuvieron que trasladar y reubicar palmas para evitar su tala, y dos años más tarde, en 1998, se había logrado declarar todo el sector, específicamente 328 hectáreas, somo Santuario de la Naturaleza, reconocimiento que en su momento abrigó las esperanzas por la protección del bello palmar, como también, a su aprovechamiento por su enorme potencial como atractivo para visitantes amantes de la naturaleza.
Sin embargo, nada de ello ocurrió. Los incendios se hicieron más frecuentes y pese a que los ejemplares tienen una increíble resistencia al fuego, paulatinamente han ido disminuyendo su número, punto que se hizo más crítico en los incendios del viernes 1 y sábado 2 de febrero del presente año, donde el golpe recibido parece casi una condena a muerte a este bosque relicto.
Hoy el panorama es desolador, basta recorrer los alrededores para constatar que la mayoría de los ejemplares existentes recibió un impacto demoledor, aunque algunos demostraron que su resistencia es tal, que posiblemente logren sobrevivir. De hecho, hay algunas palmas que conservan hojas verdes, lo que permite vislumbrar una luz de esperanza. El tiempo permitirá tener un diagnóstico más claro de las consecuencias del incendio y del futuro de lo que quedó del palmar.
En cuanto a las enseñanzas, es de esperar que esta tragedia ecológica haga tomar conciencia del valor de esta especie que está ante nuestros ojos, y se determine proteger este escenario natural que no puede morir.