En tiempos de crisis la confianza es un capital valioso. Salvarse solo es imposible y necesitamos del otro para salir adelante. Hay una confianza, eso sí, que me parece vital hoy en día darle una importancia superior: la confianza en nosotros mismos como país y en los propios talentos con los que contamos.
La poetisa norteamericana Ella Wheeler Wilcox escribió el siguiente verso: “desconfía de aquel hombre que te pide que desconfíes. Él toma la medida de su pequeña alma y considera que el mundo no es mucho más grande que eso”. Me agarro de estas líneas para proponer una pequeña reflexión acerca de las confianzas actuales y de cómo vamos a construir este nuevo Chile, tras las enormes crisis que llevamos arrastrando desde hace ya ocho meses.
En tiempos de crisis la confianza es un capital valioso. Salvarse solo es imposible y necesitamos del otro para salir adelante: dependemos de las autoridades, quienes tienen el mandato de tomar decisiones en función del bien común; de la clase política, que es la encargada de aprobar o rechazar las medidas; de los medios de comunicación masivos, que entreguen información confiable y oportuna; y también de la ciudadanía, que sea capaz de cumplir las normas básicas del buen convivir. No obstante, todas las instituciones mencionadas viven una profunda crisis de confianza. Y la ciudadanía está más polarizada que nunca.
Hay una confianza, eso sí, que me parece vital hoy en día darle una importancia superior: la confianza en nosotros mismos como país y en los propios talentos con los que contamos.
En medio de la tarea de reconstrucción que ineludiblemente debemos enfrentar surge una oportunidad de hacerlo potenciando el valor de lo “hecho en Chile” y comenzando a creer en que efectivamente podemos dejar de ser solo productores de commodities, pasando a desarrollar productos e innovación que nos puedan poner a la vanguardia en el mundo, en base a la creación nacional. Pero eso requiere de que creamos y fortalezcamos las confianzas en nuestras capacidades y habilidades.
Potenciar el desarrollo local con sus cualidades típicas, culturales y específicas, por supuesto con la integración necesaria en los procesos que van más allá de esas sociedades, y que se relaciona con lo global. Eso significa decisiones estratégicas de invertir en innovación y crecimiento, incrementar los emprendimientos nacionales, científicos y tecnológicos, incentivando también el arte, el cine y la gastronomía local y desarrollando patentes y tomando decisiones de compra y preferencia de lo nuestro.
Sí, es cierto. En los colegios y universidades, en general, no nos enseñan a creer en nosotros mismos, cuando en realidad somos el motor de todo. Pero si empezamos a hacerlo, a conectar con quienes en realidad somos y con nuestra cultura, tal vez seremos capaces de ofrecerle al mundo, a su vez, ese potencial. Si vamos a invertir en reconstruirnos, entonces hagámoslo desde el descubrimiento de ese talento local y en las confianzas de cada uno. No podemos dejar pasar esta oportunidad porque otros nos lo imponen en medio de una crisis. Y como la misma poetisa que inicia estos párrafos alguna vez planteó, ya es hora de “hablar más de amor y menos del pecado en esta nueva era”… y darle un nuevo enfoque a la palabra confiar.