La propagación del coronavirus provocó un efecto dominó en la cartelera mundial y local de espectáculos musicales en vivo; el mismo mazazo para el cine, el teatro y las actividades artísticas en general junto a otras áreas suntuarias como la gastronomía. Lollapalooza Chile 2020, que ya venía complicado por temas de seguridad dado el estallido social, y con los antecedentes de violencia y destrozos registrados en las inmediaciones del festival de Viña, se reprogramó entre el 27 y el 29 de noviembre, mientras los mayores eventos estadounidenses como Coachella y SXSW también cambiaron de fecha hacia fin de año. Giras mundiales incluyendo Madonna y Pearl Jam fueron suspendidas entre incontables artistas de todos los calibres que se han quedado sin posibilidad de actuar en directo y con menos certezas de cuándo retomar la cartelera.
Según datos de la revista Rolling Stone se estima que a nivel global las pérdidas del área ascenderán a cinco billones de dólares. Es un escenario particularmente complejo porque hoy en día el grueso de las ganancias de un artista radica en presentarse en directo. A pesar de las fabulosas cifras de reproducción en línea que cuentan cada cliqueo, sólo alcanzan una tercera parte de lo que puede cosechar un músico masivo por tocar frente al público.
Tal como las horas de sueño no se recuperan, a pesar de las reprogramaciones difícilmente la industria en vivo podrá reponerse de estas cancelaciones masivas. Hay puestos de trabajo que ya se perdieron y compras de equipamiento técnico canceladas. Por lo pronto queda la duda sobre qué ocurrirá con Lollapalooza 2021. ¿Se retomará la fecha de marzo o definitivamente quedará desplazado hacia fin de año? En el caso chileno es aún más grave porque la oferta local tambaleó tras el estallido social con varias cancelaciones. Giras que no volverán, boletos que no se vendieron.