Botnik se presenta en la web como “una comunidad de escritores, artistas y desarrolladores que utilizan máquinas para crear cosas dentro y fuera de Internet”. Una de sus invenciones fue desarrollar mediante algoritmos una canción que suena a The Strokes titulada I don’t want to be there, parte del álbum The Songularity, donde los créditos se distribuyen entre humanos y máquinas. ¿Qué tal el tema? La verdad, horrible. Por ahora la gracia de los algoritmos y robots creando e interpretando música posee el encanto de una feria de ciencias, no mucho más. Pero los algoritmos son los encargados también de predecir qué queremos escuchar en las distintas plataformas que utilizamos y conectarnos con los gustos de otros. Por eso cuando abrimos nuestros dispositivos las recomendaciones de artistas y playlists están absolutamente configurados en torno a nuestros intereses, junto a una extraña sensación de que nos observan en todo momento.
Por ahora los algoritmos enfrentan al menos dos dificultades en este proceso predictor de los usuarios: considera que los gustos de las personas no cambian y no saben cómo operar frente a las excentricidades musicales, por ejemplo que un fanático del metal tenga una debilidad por las baladas en español. Tampoco se ha resuelto muy bien qué hacer con los artistas nuevos, porque no hay información previa para clasificarlos más allá del género musical.
Mientras tanto Apple pretende adelantarse en la búsqueda de la siguiente gran estrella musical y para eso recurre a los algoritmos gracias a la reciente adquisición de Assai, una plataforma que mediante el análisis de datos de Twitter, Facebook, Apple music y Spotify pretende “encontrar al próximo Justin Bieber antes que nadie”.