Bali: Templo Tanah Lot

Antes de hablar de un templo, de una escultura, edificación, imagen o intervención urbana, primero hay que comprender y razonar cómo viven, cómo piensan, qué buscan y en qué creen. Si se observa Bali con la misma lupa que hemos examinado y luego reflexionado en otras ciudades, no reconoceríamos su verdadero valor.

En Bali, la arquitectura no parte en el bosquejo, ni en el plano, ni en el cálculo estructural: parte en la relación entre lo humano, lo natural y lo divino. Por eso, no se trata de encargos ni de propuestas para cubrir requerimientos, se trata de una forma de vivir, de armonía, del karma, de mareas que suben y bajan, de volcanes que duermen, de un templo que, aunque parezca una roca erosionada en la orilla de la playa es, en realidad, un altar cuidadosamente escogido.

Tanah Lot no fue diseñado. Fue leído. Cuando el sacerdote Nirartha lo vio en el siglo XVI, sintió que ese volumen rocoso emplazado en el mar era sagrado y lo convirtió en templo. Esto no significa que lo haya acondicionado o remodelado, sino simplemente lo consagró con la mirada. Ese gesto transforma un accidente geográfico en lugar de culto. Su arquitectura no se impone, tampoco está hecha para impactar, sino para equilibrar. Para respetar. No se altera el orden natural, sino que se inscribirse en él. Y eso, para quienes venimos de una cultura laboral donde todo se mide por la cantidad de metros cuadrados, el valor de construcción, qué tantas prestaciones respecto a la competencia, formas innovadoras y soluciones eficientes, puede ser confuso.

El balinés no habla de aprovechamiento del suelo, ni de plusvalía del terreno, ni de poner en valor el borde costero. Simplemente observa, y cuando encuentra algo que vibra, lo respeta. Lo consagra. Lo rodea de flores. Tanah Lot desaparece cuando sube la marea. No lo puedes visitar cuando tú quieres, sino cuando la naturaleza te lo permite. El templo a veces es isla y luego continente. El balinés no intenta demostrar nada, solo vive su fe. Oraciones que buscan protección, reflexión y, con el mismo interés, el bien tanto personal como para los demás.

El templo no es una obra construida sino que reconocida. Gran lección de vida si entiendes, por consecuencia, que las personas tampoco deben imponerse, ni demostrar, ni construir una imagen, simplemente deben reconocerse, valorarse y respetarse.