Nacida en Santiago, estudió literatura, fue docente de la UC y traductora de la ONU antes de convertirse en la primera mujer a la cabeza de la institución que rige el habla de los chilenos. También es una reconocida ensayista. Su mirada sobre el castellano, el lenguaje inclusivo y los desafíos de su cargo. Dice que hay una deuda literaria con las mujeres, entre ellas, Violeta Parra, a quien considera “uno de los poetas más grandes” de Chile”.
Por Francia Fernández P. Fotografías Andrea Barceló A.
Es una obviedad, pero podría no serlo. A Adriana Valdés (75), la flamante directora de la Academia Chilena de la Lengua —primera mujer en el cargo, en 133 años—, se le dan bien las palabras. Es una gran conversadora y también la autora perspicaz de ensayos como Redefinir lo humano: las humanidades en el siglo XXI (editorial UV), en que analiza el estado actual de disciplinas como la filosofía, frente a un modelo económico que tiende a desdeñarlas.
Licenciada en Literatura y exdocente de la Universidad Católica, donde se formó, en otros tiempos fue traductora de las Naciones Unidas y directora de la División de Documentos y Publicaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), con sede en Santiago. Sentada, entre libros, en una biblioteca de película, recibe a Tell con su melena plateada y sus ojos claros, y cuenta que está leyendo tres libros a la vez: uno de Samantha Schweblin, otro de Lina Meruane y un tercero de Ernst Jünger. Además de la lectura, a esta mujer, que es madre de tres hijas —una doctora, una abogada de DD.HH. y una profesora— y abuela de ocho nietos —dos viven con ella—, la apasiona escuchar música clásica, ver cine, practicar yoga y nadar en el mar. “Adoro la sensación que me da de no tener peso”, dice.
Se crio cerca de Maipú, cuando esa comuna era un campo interminable. Y pasó su juventud en Providencia, donde vive actualmente. La mayor de cinco hermanos —quedan cuatro— y la única mujer, se enamoró de las palabras y los libros gracias a su padre, un hombre que estudió leyes, pero que nunca ejerció como abogado. “Él leía el día entero y conversaba mucho con sus hijos”.
¿Y tu madre?
Era la señora de mi papá. Ella no sentía amor por los libros, al contrario: siempre consideró que estar sola era estar triste… Le interesaba que estuviera con mucha gente, cosa que para mí era un tormento, y le hubiera gustado que fuera una chica de sociedad, pero en eso yo era un fracaso.
Como en la básica hicieron que se saltara dos cursos por “matea”, Adriana tuvo que vérselas con compañeros mayores. “(Carl) Jung decía que si tú peleas con un boxeador, él te va a dar un golpe, pero todos tienen una manera de defenderse: la mía era intelectual. Fue una época triste… Recién, después de los quince años, comencé a ser más feliz”.
¿Te sentiste maltratada?
Intimidada. Era muy tímida. Ahora no. Es lo bueno de la vejez, que te quita esas cosas. Ojalá no hubieran existido, pero las recuerdo porque pienso que pueden interesarles a otros, en el sentido de que hay que cuidar mucho los entornos afectivos de los niños.
En el contexto actual, ¿qué importancia tiene ser la primera directora de la Academia Chilena de la Lengua?
Son dos cargos, en realidad, ese y presidenta del Instituto de Chile, que es algo que le toca por ley a una academia y, esta vez, era el turno de la nuestra (son seis). Yo pensaba que a los setenta y cinco me iba a retirar a un lugar frente al mar, donde vivo encuevada, cerca de Zapallar. Iba para allá y apareció esto. Y dije sí, por las mujeres. Si no, habrían pasado más años hasta que otra accediera al cargo. En la Academia Chilena hay setenta y ocho miembros; diecinueve son mujeres.
Gabriela Mistral es miembro de número permanente…
Sí, es una categoría especial… De todas las academias de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), nosotros somos de las que están mejor. En Perú, ahora creo que hay una mujer, antes no había ninguna. Hay cosas que son producto de la historia. María Moliner, que hizo un diccionario tan bueno como el de la RAE, jamás entró a la Academia Española.
Sorprende que no esté Pablo Neruda, pero sí figure como miembro de honor Juan Pablo II, que no tiene relación con las letras chilenas.
Son asuntos que a mí también me chocaron… Hay un artículo que salió en el diario El País sobre la Academia Francesa, y a mí me dio mucha risa, porque tiene que ver con lo mismo, y se resume así: “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”.
¿Falta reconocimiento a las mujeres?
Sí, existe un prejuicio hacia las poetisas, que las ha habido, muy talentosas, desde Rosa Cruchaga de Walker, hasta Delia Domínguez, miembros de esta academia… Hay dos temas que no se han incorporado bien en el estudio de la literatura, desde nosotros: la literatura popular y las mujeres. Y Violeta Parra es símbolo de las dos cosas. Considero que ella es uno de los poetas más grandes que ha tenido Chile.
CASTELLANO NEUTRO Y “TODES”
Según Valdés, el castellano atraviesa una fase neutra o estándar. “Cuando un niño dice el ‘apartamento’ o la ‘bañera’, yo creo que a cualquiera de nosotros nos espeluzna un poco. Tiene que ver con que los niños ven televisión todo el día”, subraya.
¿Qué haya inmigrantes en Chile se nota en el lenguaje?
Se nota, de hecho, la lingüística actual considera que todas las lenguas han nacido de la mixtura, porque, si no, seguiríamos hablando latín. El lenguaje es lo suficientemente flexible para incorporar palabras o maneras sintácticas sin romperse. Y eso se va integrando de a poco a lo que Andrés Bello llamaba “el habla de las personas cultas”.
¿Cuál es tu palabra favorita?
Las palabras me gustan en contextos. O sea, yo pienso que las palabras son como los poemas: la palabra más sencilla puede terminar siendo un sol o una estrella, si está puesta de tal manera, si el resto la ayuda a ser un sol o una estrella. Entonces, no tengo una palabra favorita.
¿Qué palabras están manoseadas en Chile?
Si eliminamos palabras como icónico o emblemático, vamos a dejar sin vocabulario a la mitad de la prensa nacional… Es una pesadez, ya sé. Son palabras que se repiten y pierden significado.
¿Y en el caso de los políticos?
Hay un set… Existen “fórmulas” de cómo escribir un discurso: sujeto, predicado, complementos que puedes modificar. Me dan mucha risa. Por ejemplo, frases como “La voluntad de la gente”. Tú puedes hacer un discurso de veinte minutos con enunciados como esos, y dejar a la gente contenta, cuando lo que estás diciendo no significa nada. Y eso mismo sucede con los ensayos académicos, en que se utilizan determinadas palabras…
¿Qué te parece incluir el uso del “todes”?
Nosotros siempre observamos para proponerle cosas a la RAE. En nuestro caso, cuando proponemos algo, lo hacemos como chilenismo. Pero con ese lenguaje no se puede hacer, porque es un tema que viene de fuera. Cuando eso se extienda más allá de ciertas agrupaciones y del lenguaje militante, y llegue de tal modo que hasta tu abuelita se sienta cómoda con decir eso, probablemente va a ser recogido en el diccionario. Falta mucho, porque el diccionario no dicta, no es la policía, ni dice cómo tienes que hablar, sino que recoge… Alguien tiene todo el derecho a decir “todes”. Ahora, si eso se extiende, depende de lo que pasa en la sociedad, no en la gramática. La discusión es ahí.
DE LA IMPRENTA A INTERNET
En su libro Redefinir lo humano: las humanidades en el siglo XXI, esta ensayista plantea, entre otras cosas que, con la invención de la imprenta, las palabras y el conocimiento estaban contenidos en los libros. Algo que ha cambiado con internet. “Para mí, que tanto amé los libros, es un aprendizaje muy duro darme cuenta de que no son la única forma de crear conocimiento ni saber. Y que no puedo, desde los libros, despreciar las otras formas, porque me quedo atrás”.
Lo audiovisual, por ejemplo…
La lectura salvaba del aburrimiento en tiempos en que no había otros medios. Ahora la gente puede hacer muchas cosas. Las series han evolucionado, algunas son muy interesantes. Reemplazan al folletín, que en el siglo XIX era mirado en menos, y nos olvidamos que Dickens escribía folletines… Las humanidades tienen muchas salidas. Algunas se van a ir como secando y muriendo, y van a empezar a salir otras. Espero que nunca se seque y se muera el libro, que es lo mejor de la vida.
Para ti, ¿cuál es el aporte vital de la lectura?
Si uno se mueve bien en el mundo de los libros, se va a mover bien en los otros mundos, porque el mundo de los libros te enseña, primero que nada, la complejidad de las cosas, de una manera que te captura. Hay algo muy lindo que quisiera decir. Bueno, lo ha dicho Martha Nussbaum (filósofa estadounidense), que las personas que leen son capaces de entender la complejidad de la experiencia humana y mucho más difíciles de manipular por un sistema que solo las quiere transformar en entes económicos.
VISTA CERCANA DE LIHN
Adriana fue pareja del poeta Enrique Lihn, por siete años. También lo acompañó durante sus últimos meses de vida —falleció de un cáncer, en 1988— y, a pedido de él, publicó, junto con Pedro Lastra, su libro póstumo Diario de muerte (1989).
¿Es cierto que relegaste tu propia escritura por estar con él?
Enrique murió hace treinta años. Yo, a los veinte años de su muerte, escribí un libro —Enrique Lihn: vistas parciales, premio Altazor a Mejor Ensayo Literario— para cerrar ese capítulo, está todo ahí. Lo quise mucho. Y su encargo, cuando se iba a morir, fue una muestra de confianza y de pertenencia, hermosa y terrible… Él fue para mí mucho más que estudiar un doctorado. Porque era un hombre autodidacta y, sin embargo, de una cultura enorme, que no se regía por los patrones estrictamente académicos. Y resulta que era el interlocutor más interesante y más difícil para cualquier académico experimentado.
¿Qué aprendiste de él?
Aprendí mucho, sobre todo de literatura francesa. Aprendí mucho más: aprendí ética. Él nunca hacía nada para que le fuera bien, al revés. Si la honestidad intelectual exigía que uno dijera algo inconveniente, sin duda, él lo iba a decir. Y yo no era, ni soy, ni nunca voy a ser así, pero, por dios que admiraba esa actitud.
¿Qué otras cosas valoras en las personas
Me encanta la gente inteligente, la gente que tiene humor. Sospecho mucho de la pomposidad, que oculta debilidades. Uno tiene que estar a la intemperie. Uno es lo que hace, no la importancia que se puede atribuir, que se puede deshacer en cualquier minuto. Es fundamental no ponerse a uno mismo en el centro. Por eso, acá, en la academia, me interesa tener un liderazgo humilde: canalizar la fuerza de los otros.