Matías Reeves: La muerte en la sobremesa

cofundador Proyecto Mokita

Hablar de la muerte no es común, sin embargo un ingeniero lleva siete años invitando a conversar de ella a través de los llamados Tintos de la Muerte, en donde convoca a personas a meditar y a decantar sobre su significado y cuyas reflexiones plasmó en el libro Memento mori, un ensayo entretenido, ágil y repleto de datos curiosos, como los funerales en vida de Corea. “Me gustaría que la muerte no fuera un tema tabú, que lo habláramos en familia, de cómo acompañar a los que van a morir, de cómo querríamos que nos acompañaran a nosotros, porque cuando la muerte es inevitable, la forma en que morimos importa”.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés

La palabra mokita significa “la verdad que conocemos pero acordamos no hablar” en lengua originaria de Nueva Guinea. El término preciso para el movimiento que el ingeniero Matías Reeves junto a su amigo y geriatra Jorge Browne crearon con Proyecto Mokita, “una iniciativa que pretende canalizar proyectos, difundir materiales y organizar actividades que contribuyan a darle visibilidad a algo tan obvio como que la muerte es parte de la vida”. La que se roba todas las miradas son los llamados Cafés de la Muerte, cuya idea la trajo desde Londres el 2016, cuando estudiaba un máster en Filosofía Política en el London School of Economics and Political Science.

Cercano, afable, de mirada inquieta y sonrisa constante. Nos encontramos un lunes caluroso, pleno mediodía, al frente de la oficina regional de la FAO, donde trabaja como consultor, para hablar de la muerte. Un tema con el que convivimos a diario, pero del que se habla poco.

¿Te gusta hablar de la muerte?
Sí, es un tema que me entretiene, porque es súper profundo y sacas reflexiones que no son muy frecuentes.

Matías (39) lleva con orgullo el apellido de su madre, que cambió cuando cumplió la mayoría de edad, “pero eso da para otra entrevista”, dice. Hijo único, tiene tres hermanos del segundo matrimonio de su mamá, le gusta trotar, ver series, nadar, el yoga y por supuesto el fútbol, de hecho sigue jugando con sus compañeros de kínder, con los que tiene un equipo: el Arsenal.

Su inagotable curiosidad y amor por la lectura lo tienen leyendo tres libros en paralelo –Taguada (Andrés Montero), Educación y Paz (Marie Montessori) y Cristo con un fusil al hombro (Kapuscinski). Es cofundador de Educación 2020, director de Balmaceda Arte Joven y uno de los facilitadores de los Cafés de la Muerte, que con el tiempo pasaron a llamarse Tintos de la Muerte, porque los encuentros suelen ser con una copa de por medio.

La dinámica es simple: un grupo de personas que no se conocen entre sí se juntan en un restorán a hablar de la muerte. Por lo general es un grupo heterogéneo e intergeneracional, lo mismo que los temas. Hay expectativas y mucha curiosidad. “Hablar de la muerte está al acceso de quien lo desee, de la forma en que lo desee y con la profundidad que desee”.

Matías cuenta que el primer café que organizaron fue en el restorán La Diana. Rompió el hielo y dijo. “Gracias por atreverse a esta conversación. Todos tenemos una copa de vino, y hay una que está envenenada”.

Luego de siete años y más de cien encuentros, el camino natural para él fue plasmar esos encuentros, debates y reflexiones en un libro que tituló Memento Mori. Una suerte de ensayo que nos desafía en cada página.

El proceso de escritura le tomó diez meses, aunque reconoce que muchos de los escritos, notas y pensamientos venían de antes y tenían relación con el Máster en Filosofía que había cursado y más tarde con los Cafés de la Muerte que presidía.

“En este libro pretendo incomodar con temas que son incómodos. Preguntaré si ayudarían a alguien a morir, si les gustaría vivir para siempre, si creen en Dios o si han matado a algún animal. No pretendo hacer un juicio valórico ni cuestionar, sino abrir conversaciones”.

Igual que lo hace en cada Tinto de la Muerte. “Tener conciencia de nuestra propia mortalidad nos permite entender cómo vivir la vida”

“Nuestro propósito es ayudar a naturalizar las conversaciones de la muerte y el libro contribuye a eso, sobre todo cuando se tocan temas con posiciones contrapuestas, el suicidio, la eutanasia, es un buen instrumento que contribuye a crear silencios de reflexión, que yo llamo “clicks”.

¿Cómo sales después de los encuentros?
Luego de cada Tinto de la Muerte termino revitalizado, la gente sale contenta, motivada. Intelectualmente es muy interesante y emocionalmente también. Me encanta la conexión que se logra con la gente.

¿Qué ha cambiado en ti? ¿Eres el mismo?
Yo creo que uno siempre va cambiando sobre todo cuando se mete en estos temas. Ha sido un ir y venir de lo que yo mismo creo, estoy en un proceso de reflexión permanente.

¿Te hace más crítico?
Totalmente. Más crítico, con la convicción de que se pueden hablar sobre temas de profundas diferencias como la existencia o no de Dios. Todos los temas son sensibles, delicados, radicales y complejos. Son microespacios de reflexión profunda, sin juicios, donde escucho genuinamente. De las cosas más importantes que podemos hacer los seres humanos es hacernos estas preguntas, que tienen que ver con el autoconocimiento.

¿Cómo fue el camino para estudiar filosofía?
La ruta fue súper natural, aunque sé que es raro. Entré a la universidad con la idea de estudiar ingeniería industrial y de ahí hacer posgrados de economía, pero con el tiempo me di cuenta de que lo mío no iba por ahí, sino que mi orientación estaba más enfocada en las políticas públicas. Cuando fundamos Educación 2020, más allá del eslogan de una educación gratuita y de calidad, sentía que me faltaba algo más y ahí me metí a estudiar filosofía política, donde me enfoqué en la igualdad de oportunidades. Ahí conocí el transhumanismo y esa necesidad imperiosa del ser humano por extender la vida, lo que fue pavimentando naturalmente un camino que derivó en esto de pensar la muerte.

“Me di cuenta de que la pregunta que tiene la filosofía, y que funda las religiones, tiene que ver con la mortalidad. Y no la pensamos, no la conversamos. Para mí ha sido un hilo conductor muy lógico”.

¿Qué conclusiones has sacado?
He llegado a la conclusión, y puedo cambiar más adelante, que la vida no tiene ningún sentido, no es algo que diga yo, algunos filósofos existencialistas han dicho lo mismo como Albert Camus. Hay gente que lo trata de buscar y que si no lo encuentra se frustra y llega a la depresión y a este nihilismo de decir para qué me levanto en la mañana, qué sentido tiene. Lo mío no pasa por ahí, sino por la libertad de no tener que buscarle un sentido, no me complico. Lo que sí hago es dotar de sentido a las cosas, la relación con mi señora, con mis amigos, soy muy cuidadoso con mis afectos, me dedico a cosas que me hacen sentido, pero no es algo intrínseco.

Si la vida no tiene sentido, entonces ¿a qué vinimos al mundo?¿Y por qué tengo que venir a algo?

A dejar huella, por ejemplo.

¿Y por qué?, ¿por qué somos más importantes que ese perrito que va pasando?, ¿qué nos hace distintos? Por eso digo que la vida no tiene sentido y eso no tiene porqué ser negativo.

¿Y te gustaría dejar un legado?

Nunca me lo he preguntado. Tengo muy marcados los años que estuve en scout, eso de dejar el mundo un poquitito mejor. No creo en la gran transformación, sobre todo porque vivimos muy poco tiempo. Hay una frase de Dag Hammarskjöld, (segundo secretario de las ONU) que decía que para cambiar el mundo uno tiene que partir por uno mismo. Por eso quise escribir el libro, qué mejor minuto que la intimidad propia que te da la lectura. Si puedo dejar ese legado de reflexión y toma de conciencia de la mortalidad y en consecuencia de vivir más libre y genuinamente, sería un granito de arena bien importante.

¿Cómo ha sido el feedback de Memento mori?
Me han llegado mensajes bien emocionantes por wasap o Instagram de gente que no conozco y que han leído el libro. Me doy cuenta de que le está llegando a la gente y ese era justamente mi propósito, tener esa conversación y ayudar a otras personas a través de la lectura.

¿Y qué te pasa con eso?
Es raro.

¿Te sientes expuesto?
He tenido exposición pública por mi trabajo, he viajado a Oxford para hablar de educación y políticas públicas, a la Universidad de Buenos Aires, he estado en paneles con quinientas personas. Ahora es distinto, esto es desnudarse mucho más.

Es un libro muy personal
En mi libro hay pasajes muy íntimos, en los que hablo abiertamente de mis experiencias, como la pérdida que sufrimos con la Maida, mi señora. Es algo así como romper el pudor. Cuando yo leo algo que me hace sentido lo agradezco mucho, veo mucha generosidad en la persona que lo escribió y me pregunto por qué lo está haciendo. Yo no sé si sea tan generoso pero sí puedo compartir algo que a la otra persona le pueda hacer sentido.

¿Te da miedo la muerte?
Creo que no, pero en el momento de los quiubos probablemente sí.

“Yo fui católico. Me confirmé, fui catequista y tenía la fe. Entiendo y empatizo mucho con eso porque en ese momento lo sentía genuinamente”.

¿Y qué te hizo cambiar?
Estas mismas reflexiones. Yo creo que para nosotros, dado que somos seres conscientes, el darnos cuenta que somos insignificantes dentro de la inmensidad del universo es muy abrumador. Y las creencias y la fe son súper sanadoras, además del hecho de que exista alguna posibilidad de continuar con esta vida terrenal, llámese cielo, reencarnación, lo que sea. Es lo que creo pero no sé si es verdad. El libro es una invitación a pensarlo para los que no somos creyentes y para los que sí lo son, porque incluso te puede reafirmar tu fe.

“Hablar de la muerte es fácil y difícil al mismo tiempo. Llama la atención lo fluida que se da la conversación entre personas que no se conocen. Generalmente dicen que no es así con la familia, sobre todo entre hijos y padres, cuando estos últimos quieren hablar de su posible y futura muerte, rápidamente les responden: “para qué dices eso, ya te pusiste dramático”, cuando no les llaman lateros de frentón. Los hijos evaden el tema de la muerte de sus padres sin tapujos, como si nunca fuera a ocurrir”.