Encontré, en mi desorden, el pequeño libro de poesías que me regalara hace ya muchos años, mi amiga mendocina Yolanda Cicero de Valles. Ella recorría Viña del Mar todos los veranos, mientras yo jugaba tenis con su esposo. Entre sus poesías, encontré una dedicada a Viña del Mar, ciudad que adoraba. Su contenido lo dice todo y no me resistí a darla a conocer, como recuerdo de la bonita amistad que teníamos con el matrimonio argentino.
Al país he llegado de los cuentos de hadas, donde reina el amor, donde todo florece, como en un paraíso cada año cien veces.
Es el mar tan inmenso que no tiene fronteras, y sus libres gaviotas, como blancos pañuelos, ya decoran el cielo y el mar con sus vuelos.
Si quisiera nombrarles la ciudad del ensueño, bastaría decirles que es un canto de amor, que brotó de su gente y de sus cerros en flor.
Esta bella princesa se recuesta en la costa, y arrogante en la noche sale siempre a lucir, su collar de zafiros y también de rubí.
Si mis ojos pudieran entonar sus encantos, si mi mente pudiera retener sus paisajes.
¡Oh ciudad tan hermosa no te puedo olvidar!
Yo pregunto a los vientos de los cuatro confines, cómo pudo el Señor darle tanta belleza, a un lugar tan bendito como es Viña del Mar.