Las últimas noticias sobre empresas que han migrado de Valparaíso generan una alerta sobre el futuro del casco histórico del plan de la ciudad. La ausencia de vida empresarial y comercial pone en evidencia lo relevante que es la mantención del entorno, el cumplimiento de las reglas de convivencia urbana y la seguridad. Si las autoridades no lo tienen claro, entonces la crisis seguirá creciendo y, por tanto, será más caro y doloroso solucionarla.
Desde hace años, Valparaíso ha visto migrar a cientos de empresas que pese a haber forjado sus inicios en su casco urbano, por diversas razones, iniciaron un éxodo que, al parecer, se ha ido acentuando en el último tiempo.
Un recordado porteño, don Constantino Mustakis, me señalaba, hace unos atrás que, para él, la década de 1950 había sido clave a la hora de entender el comienzo definitivo de la pérdida de la fuerza empresarial de Valparaíso. En ese entonces, poco ayudaron a la ciudad las políticas centralizadoras del gobierno de don Carlos Ibáñez del Campo, que terminaron por motivar a muchas empresas a trasladar a Santiago sus casas matrices, con la esperanza de estar más cerca del mundo de la toma de decisiones, algo que en Valparaíso y su entorno se estaba perdiendo en forma sostenida.
Sin embargo, en ese entonces, también hubo perseverancia, en especial, en las empresas familiares que, teniendo una conexión afectiva con la ciudad y su entorno, decidieron permanecer a pesar de que no se estaba compitiendo en igualdad de condiciones con quienes estaban en la capital.
Pese a los éxodos señalados, el ámbito naviero fue el que permaneció más tiempo, y prueba de ello es que, a mediados de 1980, cuando el panorama no era alentador, en especial después de la crisis de 1982 y el terremoto de 1985, la mayoría de las empresas líderes del negocio concentraban sus actividades en la ciudad puerto, aunque ya San Antonio comenzaba a perfilarse como el puerto de mayor movimiento de carga, en especial, después de su reconstrucción.
En los años noventa, aún Valparaíso mostraba algo de fuerza empresarial, incluso llegó a tener tres casas matrices de importantes cadenas nacionales como Santa Isabel, Cruz Verde y Lápiz López, las que fruto de emprendimientos familiares habían trascendido con éxito la región e, incluso, en algún caso, traspasando fronteras internacionales.
Pero en el ámbito financiero, el final de la historia bancaria porteña se había producido con el cierre del Banco de Fomento de Valparaíso en 1982. Antes, la actividad bancaria había sido muy activa en el puerto hasta el gobierno de la Unidad Popular, pero debido a políticas implementadas a partir de 1971, relacionadas con la nacionalización de la banca, los bancos porteños terminaron por derrumbarse. La Bolsa de Valores, joya de la historia bursátil chilena y latinoamericana, también tuvo su crisis en 1983, pero logro revivir, en 1987, como Bolsa de Corredores hasta su muerte definitiva en el 2018.
Pero en los últimos años, el éxodo ha sido generalizado, incluyendo empresas familiares históricas e, incluso, las del negocio naviero y marítimo. Felizmente, varias de ellas se han trasladado a la vecina Viña del Mar, lo que al menos consuela saber que quienes trabajan en dichas empresas no han tenido que migrar de la zona.
¿Solución? Las autoridades nacionales, regionales y locales deben tomar conciencia de que lo que se vive en la comuna de Valparaíso es grave. La ciudad es una joya patrimonial que necesita de vida económica para sobrevivir. Una alianza público–privada es la fórmula para superar esta crisis no imaginada.