Recuerdo cuando trabajé, recién casado, en la óptica de mi suegro. Era la más antigua de Chile: Óptica Hammersley, en Calle Esmeralda 1182. Importante calle comercial con firmas como Forestier, Importadora Wilkens, Page Smith, Jardín Suizo, Café Vienés, Bernal, Casa Jacob.
En Navidad iluminábamos la calle desde el Reloj Turri hasta la Plaza Aníbal Pinto. Recuerdo, también, cuando vivía en Quito, Ecuador, a alguien que me gritó en plena calle: Don Casimiro. Lo saludé y me dijo: “Yo le mandaba a confeccionar las lupas para el Café Checo”. La cosa era así:
El tipo me traía un rectángulo de vidrio grueso, que lo compraba en la Vidriería Scheggia en la calle Victoria, y en el taller de la óptica le fabricaba una lupa. Este señor compraba una lámpara roja y armaba, con un tarro de conserva de dos kilos, un proyector para iluminar a las bailarinas. Le fabricaba bien seguido, ya que la lámpara era roja por la luz infrarroja, que se calentaba rápidamente y se partía en dos.