Paula Mariángel, antropóloga y presidenta de CETSUR: Valor local

Hija de la reconocida folclorista e investigadora Patricia Chavarría, Paula Mariángel, conoció los aprendizajes y saberes campesinos en forma natural desde su infancia. Por eso no es de extrañar que hoy presida una organización que realiza proyectos en pro de la construcción de localidades sustentables en el sur de Chile, y también dedique su tiempo al archivo cultural acumulado por su madre.

Por Soledad Posada M. / Fotografías Sonja San Martín D.

Desde su cargo como presidenta de la ONG CETSUR, Centro de Educación y Tecnología para el Desarrollo del Sur, la antropóloga y magíster en Ciencias Sociales, Paula Mariángel, tiene el objetivo de valorar y difundir el saber-hacer de cultores y maestros de oficio como especialistas que aportan a la restauración cultural y ecológica de los territorios; también impulsar espacios para el debate público y la reflexión en torno a las amenazas que afectan a estas expresiones agroculturales. Además, promover la reactivación de prácticas agroecológicas, culinarias, de oficios tradicionales y de conservación de la biodiversidad en espacios locales para la recuperación de la soberanía alimentaria, que significa que cada lugareño pueda consumir, producir y distribuir su propia producción de alimento. “Hay que restaurar el vínculo entre comunidad productiva y consumidores”, señala Paula.

Desde 2007, ha escrito cinco libros de su autoría y ha apoyado otros cinco. Algunos de ellos han servido como base para la elaboración de documentales, dirigidos por Marcelo Gotelli. El último texto salió este mes de agosto y se llama Región de la Araucanía. Patrimonio alimentario, que es un inventario de productos y preparaciones regionales. Todo disponible en www.cetsur.org

CULTURA TRADICIONAL

Paula trabaja, también, en el Archivo de Cultura Tradicional, ubicado físicamente en Artistas del Acero, donde se encuentran los registros documentales recogidos por su madre, Patricia Chavarría, en sus más de cincuenta años de investigación sobre las riquezas culturales en diversas dimensiones, como es el ámbito de la música tradicional, la poética, la vida agrícola, la cocina campesina, etc. “Nuestro interés es acercar estos contenidos a diversos públicos, avanzando en procesos de digitalización y creación de catálogos en línea desde nuevos formatos, otorgándole relevancia, ante todo, a la contextualización de dichos registros”.

¿Cómo viviste tu infancia con respecto a la cultura tradicional?
Tuve una infancia bien nómada. Viví en varias casas con un entorno familiar muy variado. La relación entre mi infancia y la cultura tradicional la recojo de imágenes que quedaron grabadas en mi memoria cuando acompañaba a mi madre en sus salidas a recopilar a Pilén, Cauquenes, Curanipe, Hualqui y otros tantos lugares. Recuerdo haber conocido a loceras y haberme impresionado con el minucioso trabajo que hacían, o haber participado de muertes de chancho u otros mingacos donde comíamos durante un día completo mientras los adultos trabajaban, y también celebraban y disfrutaban del encuentro. La guitarra campesina también me acompañó cotidianamente, ya sea por la voz de las cantoras que escuchaba en estos viajes o por el trabajo que hacía mi madre recogiendo el cancionero tradicional campesino.

¿Por qué los pueblos necesitan conocer y valorar su patrimonio cultural?
En la actualidad, estamos siendo conducidos por un modelo de desarrollo basado en el extractivismo y el monocultivo para un mercado global que desconoce las cualidades y particularidades de lo local. En este sentido, las comunidades locales viven un fenómeno progresivo de pérdida de capacidades para mantener y proyectar su territorio bajo consideraciones ecológicas, económicas, sociales y culturales pertinentes, de tal forma que las próximas generaciones puedan hacer uso de ella. La migración sigue siendo la alternativa para mejorar los ingresos y acceder a una educación que posee una orientación absolutamente urbanizante. Las localidades se debilitan, tienen menos gente, hay menos intercambios económicos, menos producción, decaen las ferias, el comercio local, cambian los hábitos y las costumbres y la localidad se hace cada vez menos autónoma.

¿Eso es lo que trata de revertir CETSUR?
Sí. El que cada localidad conozca y valore su patrimonio implica tener la posibilidad de recuperar esta autonomía, desde un ejercicio de recuperación no sólo material sino también simbólica, basada en la memoria social, en torno a los saberes y los haceres, las artes y los oficios de sus gentes, en los distintos ámbitos de la vida. El patrimonio cultural, entonces, su conservación y su gestión, antes que ser un referente del pasado para observarlo nostálgicamente, es una herramienta indispensable para la proyección de estrategias de restauración y de desarrollo territorial.

EL VALOR DE LO NUESTRO

¿Qué sucede con las personas del campo, cuando entienden el valor de sus saberes y productos?
Evidentemente existe una transformación no sólo cognitiva sino también emocional, en la medida en que se evidencia un sentido de valoración, de reconocimiento frente a un saber-hacer conectado con el lugar donde se vive y con la herencia de las generaciones anteriores. Lo interesante es cómo fortalecer estos reconocimientos como colectivo o comunidad. Si sigues el hilo de estos saberes y productos desde sus orígenes, identificarás que se trata de patrimonios colectivos y no individuales, lo que significa que para su existencia no es suficiente conservar la técnica de producción, sino una serie de otros elementos que lo convierten en repertorio cultural de un territorio.

Algún ejemplo
En el caso del vino pipeño, no se trata sólo de las centenarias cepas (País e Italia) plantadas en el Valle del Itata. Existe también un saber en torno al tratamiento de la viña y el proceso de vinificación donde antaño destacaban los podadores, los zaranderos, los pisadores, los toneleros, los artesanos en mimbre, en fin, una serie de conocimientos y oficios que daban vida a un sistema productivo propio de este territorio, y donde también el mingaco, la producción comunitaria, la fiesta, entre otros elementos, estaban presentes. La puesta en valor entonces de este patrimonio no sólo se reduce a conservar estas cepas antiguas, sino también a profundizar sobre una serie de elementos a los que hoy las propias comunidades pueden dar sentido.

Para ti, ¿cuál ha sido el proyecto más emblemático de CETSUR?
Las Escuelas de Artes y Oficios, durante los años 2004 al 2011, fue una iniciativa de fuerte impacto y aprendizajes, en términos personales y profesionales. Aquí me involucré directamente con el patrimonio alimentario, a partir de un recorrido reflexivo en torno a la relevancia de las semillas tradicionales como patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad. Sin semillas y sin el conocimiento especializado de campesinos y campesinas, que por cientos de años han sabido seleccionar, conservar y distribuir plantas y semillas para nuestra alimentación, no sería posible la sobrevivencia humana. Detrás de cada semilla conservada se encuentra un saber ancestral y ecológicamente respetuoso que abre camino a diversas concepciones de lo agrícola, de relación con bosques, animales y cursos de agua. Desde allí también nace un conocimiento especializado en torno al tratamiento de los alimentos, sistemas culinarios propios de cada lugar, conformando un paisaje cultural rico en diversidad.

“El patrimonio cultural, su conservación y su gestión, antes que ser un referente del pasado para observarlo nostálgicamente, es una herramienta indispensable para la proyección de estrategias de restauración y de desarrollo territorial”.

“Detrás de cada semilla conservada se encuentra un saber ancestral y ecológicamente respetuoso que abre camino a diversas concepciones de lo agrícola, de relación con bosques, animales y cursos de agua”.