MARCIAL MACIEL: EL LOBO DE DIOS
A lo largo de su vida, el sacerdote católico mexicano Marcial Maciel (Michoacán 1920-Jacksonville 2008) prometió un lugar en el cielo a quienes estuvieran dispuestos a contribuir con los Legionarios de Cristo, congregación que creó en 1941 y que, hasta hoy, mantiene presencia en veintidós países, con más de treinta y siete mil miembros. El boleto para llegar al paraíso implicaba cuantiosas donaciones a su gestión centrada en fundar universidades. Un pasaje que sólo las élites podían costear mediante un caudal de dinero y contactos que el sacerdote utilizaba para una vida de lujos y abominaciones.
La serie documental Marcial Maciel: El lobo de Dios, dirigida por el argentino Matías Gueilburt, “es una historia de horror” en palabras del realizador, que indaga detalladamente en la retorcida trayectoria del religioso. Definido como “un travesti identitario”, la faz oculta de la obra de Maciel era espantosa. Con instinto depredador, reclutaba menores de edad bajo el pretexto de encauzar vocaciones sacerdotales, y los separaba de sus familias. Cuando los chicos estaban a su merced, los abusaba sexual y psicológicamente.
Aunque las primeras denuncias surgieron en los años cincuenta, solo en 1997 se hicieron públicas las acusaciones por parte de un grupo de adeptos, descartadas por la propia orden y el gobierno mexicano. El Vaticano guardó silencio. Los aportes económicos de los Legionarios eran cuantiosos y Maciel había urdido una estrecha relación con Juan Pablo II. El pontífice polaco solía felicitarlo en público y en privado, a pesar de que la conducta de Maciel era de conocimiento de la Santa Sede.
El documental recurre a numerosas fuentes entre los primeros acusadores y varios reporteros, incluyendo la reconocida periodista Carmen Aristegui de CNN en Español, que cubrió el caso publicando un libro de titular sin ambages, Marcial Maciel: Historia de un criminal.
La narrativa no sigue un relato lineal, sino que avanza y retrocede en esta personalidad maquiavélica, un violador de menores que se drogaba hasta la sobredosis, y que gozaba de una doble vida donde era esposo y padre de dos niños, a los que también abusaba desde pequeños.
Queda claro de inmediato, apenas arranca el documental, que el protagonista rehuyó hasta el último suspiro sus culpas, por haber convertido en un calvario la vida de decenas de menores que confiaban en él. Había invertido literalmente en el silencio del poder y de la iglesia.