Han pasado treinta y ocho años desde que Roger Waters abandonó Pink Floyd. El eufemismo dictaminó que la partida fue por diferencias creativas, una manera edulcorada de definir el ambiente dictatorial reinante en una de las bandas más grandes de todos los tiempos, con el tecladista Richard Wright convertido en un miembro asalariado por el desprecio de Waters a sus capacidades. Desde entonces, los conflictos entre estos músicos de la tercera edad son recurrentes. La última pelea fue por la reedición de Animals (1977), donde David Gilmour y el exlíder no lograron concordar en un detalle menor, como las notas impresas en el álbum.
El tiempo no cura todas las heridas ni la vejez vuelve necesariamente más sabias a las personas. La lista de las bandas que no se soportan es histórica. Grupos legendarios como Journey cerraron su mejor etapa con cada integrante separado en su respectivo bus. Keith Richards confesó hace un tiempo que durante las últimas dos décadas no visita a Mick Jagger en su camerino, como los últimos días de Van Halen tuvieron la misma tonalidad de risas y abrazos en el escenario, y resentimiento en las bambalinas.
En Chile, conjuntos simbólicos de opciones políticas inclinadas hacia lo colectivo por sobre los intereses particulares, arrastran, paradojalmente, historias de odios y desencuentros insalvables motivados por celos y dineros. Inti Illimani se fracturó para siempre luego que entre sus miembros surgieran diferencias por los aportes creativos individuales. Quilapayún también se dividió en dos facciones por largos años, hasta que la ley prohibió a una de las partes seguir usando el nombre. Sol y Lluvia, liderado por los hermanos Labra, sufrió una crisis en 2000 que significó la salida de Charles en medio de un enfrentamiento público. En 2013 abandonó Johnny, dejando solamente al actual diputado Amaro Labra como único miembro original.
Porque puedes cantar a la dignidad y la unión pero no necesariamente, como dijo el gran Carlos Caszely, hay que estar de acuerdo con lo que se piensa.