En este último mes me han pasado muchas cosas, o tal vez no tantas, pero se han acumulado varías que me han hecho estar muy sensible, cansada y a ratos muy triste. Esto me ha llevado a observar, con asombro, cómo nadie o casi nadie —para no generalizar— te permite transitar por estados de cansancio o melancolía o, mejor dicho, de tristeza.
Creo que lo único que nos permitimos decir y somos contenidos por otros es cuando decimos que estamos cansados; ahí nos sentimos como en un colectivo, donde todos y todas pareciera que estamos en lo mismo y con permiso para decirlo. El problema aparece cuando decimos “estoy triste”, “no doy más” y tantas otras que muestran nuestra vulnerabilidad. Es como lo que pasa con el llanto, que ya lo hemos reflexionado en otras ocasiones; no se puede llorar y tampoco se puede decir “estoy mal”.
Todo el mundo o la mayoría te dicen: “ponle onda, tú puedes; todo pasa, vas a poder” y muchas frases más, como tienes que ser positivo(a), darle para adelante, etc. Estoy segura que todos y todas las que escuchamos estas frases sabemos que son verdad, que tienen sentido y hay que ajustar todos los motores para salir adelante. Sin embargo el escuchar, el entender y estar de acuerdo con cada uno de esos planteamientos no es incompatible con permitirnos estar frágiles que, a la larga, es nuestra gran fortaleza.
Tengo la impresión de que el aceptar que estamos mal nos deja pegados ahí y nos lleva a una depresión casi seguro. Es como que todo el rato hay que negar el estar mal y ser optimista y agradecida todo el tiempo. También estoy de acuerdo con esa frase, pero ser extremadamente positivo es primo hermano de ser negador. El verdadero positivismo es el que avanza, pero asumiendo la vulnerabilidad.
Claramente hay que cambiar, de una vez por todas, el concepto de fortaleza; ser fuerte significa ser vulnerable y expresar lo que se siente cuando se siente y esto no es incompatible con la honestidad privada y pública de reconocer que uno está atravesando un momento difícil en la vida. Si no con los duelos no se puede decir, al poco tiempo de la pérdida, que uno está devastado, mucho menos lo pueden decir todos los seres humanos que se sienten frágiles, tristes y, a ratos, con los brazos caídos.
De verdad, pido permiso para que todos los que estamos o podemos estar en momentos difíciles lo podamos decir y, en vez de llevarnos a negarlo, nos contengan, nos acepten así y desde ahí seguro que sacaremos fuerzas para salir y avanzar. Sabemos que tenemos que salir adelante, sabemos que tenemos que ser positivos y agradecidos de lo mucho o de lo poco que tenemos, pero en el camino queremos y la gente quiere poder sentirse frágil; sentir y poder decir: no estoy bien.
Qué podría tener de malo poder decirlo y permitírselo, incluido el llanto y la sensación tantas veces repetidas de no poder más. Siempre se puede más y estoy segura de que si me permito una pausa, la fuerza con la que saldré adelante será potente y, sobre todo, más sana.
Me impresiona cómo negamos nuestros estados de fragilidad, cómo nos mentimos y le mentimos al resto para ser “fuertes”, a pesar de que así somos mucho más débiles. Ha sido tan lindo hablar en los talleres de este concepto que, a nombre de esa gente y del mío propio, pido permiso para permitirme estar mal un rato.