“Yo creo que a la gente le gusta sufrir”, me comenta mi pareja cuando le pregunto qué le parece la idea de escribir una columna sobre el sufrimiento, “es más —me dice—, la gente es adicta a sufrir. No creo que a las personas les interese este tema”. Y pienso que tiene razón, sin embargo, quiero hacer una apuesta diferente.
Quiero apostar que hay personas (cómo tú que te detuviste a leer esto) a quienes ya no les interesa cultivar sufrimiento en sus vidas. Después de todo, ¿de qué nos sirve sufrir? ¡Ah, pero acá está la trampa! Verás, las personas actuamos desde los beneficios percibidos, ¿qué quiere decir esto? Que para entender por qué hemos generado cualquier cosa en nuestras vidas podemos ir directamente a los beneficios que percibimos que “eso” nos da o ha dado y ¡voilá! La información clave estará ahí.
Por generaciones y generaciones, a través de distintos sistemas culturales y religiosos, se nos ha enseñado que sufrir tiene un valor. Escuchamos y decimos frases tales como: “sufrir es parte de la vida”, “el sufrimiento te hace fuerte”, “a través del sufrimiento se aprende”, “solo del dolor se crece”, “hay que pasar momentos difíciles para poder tener momentos gratos”, “sin sudor ni sangre no tiene valor lo que llega a nosotros”, “de todo lo malo viene algo bueno”, etc.
¿Qué crea las situaciones que vivimos en nuestra vida? En gran medida nuestras creencias subconscientes. La forma en que estas se instalan en nosotros surge desde lo que hemos observado y adquirido en nuestros hogares cuando crecemos; también desde la educación, nuestra experiencia personal e incluso se postula que nuestra información genética también tiene un rol en esto.
Lo relevante es entender la importancia de las creencias en nuestra vida, porque si queremos crear una vida más plena en todo sentido, tenemos que mirar qué no la hace plena en primer lugar y cambiar eso ¿Tiene sentido, cierto? Y luego, revisamos las creencias subconscientes con las que funcionamos, incluso sin darnos cuenta.
Yo me formé en un colegio católico, donde, por un lado, aprendí valores (creencias expansivas positivas) que hasta el día de hoy agradezco tener conmigo, y al mismo tiempo, me formé viendo la imagen de un hombre crucificado, sufriendo por amor a la humanidad. No me estaba dando cuenta de que la creencia subconsciente que se estaba incorporando en mí era que el “amor se vincula con sacrificio” y que “para estar más cerca de Dios debo sufrir”, entre otras.
No quiero pensar que mis tutores sabían lo que estaban haciendo, pero sabiendo o no, el resultado es el mismo. Los programas se instalan para quedarse hasta que no nos hacemos conscientes y asumimos el trabajo de transformarlos. Y lo peor, es que se lo enseñamos sin cuestionarnos nada a las nuevas generaciones.
Basta. ¿Queremos un mundo con menos sufrimiento? La invitación es a mirar qué sustenta que creemos sufrimiento en primer lugar, tanto personal como colectivamente, y para esto mirar nuestras creencias y las de la sociedad en su conjunto es clave.
Comencemos por mirarnos. La invitación es a cuestionarnos más profundamente lo que se nos ha inculcado como verdad. ¿Es el sufrimiento algo intrínseco a la existencia humana y necesario para tantas cosas “positivas” en la vida? Lo dudo mucho, sólo observo que cuando estamos en sufrimiento todas nuestras capacidades se ven disminuidas, mientras que cuando nos sentimos plenos y felices irradiamos bienestar.
¿Creamos algo diferente?