La paz es un camino seguro para el desarrollo y las peleas internas son, por otro lado, un gigantesco desperdicio de oportunidades. ¿Qué ganaría entonces Chile con la paz? Pues lo ganaría todo.
La Real Academia de la Lengua española define la palabra paz como la “relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos”. ¿Quién podría dudar —desde la definición más ortodoxa—, que hoy día la paz en Chile es un bien escaso?
Políticos, empresarios, académicos, estudiantes, Fuerzas Armadas, profesionales, trabajadores y ciudadanos, se enfrentan día a día, algunos en combates físicos de cuerpo a cuerpo en las calles… otros en el Congreso… otros, de manera virtual y por las redes sociales. Como sea, hemos vivido los días más violentos que ha sufrido nuestra democracia desde hace más de 40 años, tras el estallido social de octubre.
¿Qué pierde Chile con los enfrentamientos y conflictos? Las cifras son dramáticas, por supuesto, partiendo por las vidas humanas, lesionados y enfermedades físicas y mentales asociadas a las consecuencias de un país que ha sufrido violencia en tantos niveles. Imposibles de poner en número hoy.
Económicamente por otro lado, algunas instituciones nos han dado luces claras de lo que arriesgamos. El presidente del Banco Central, Mario Marcel, dio una inquietante alerta al anunciar que, en medio de esta crisis, si el desempleo se estaciona en cifras en torno al 10 por ciento y la inflación se empinara al seis por ciento, Chile retrocedería 27 años en el combate contra la desigualdad.
Tomando en cuenta estas proyecciones. ¿Quién en su sano juicio podría argumentar en contra de que la paz es un camino en el que todos como país deberíamos estar pensando en avanzar?
Personalmente, creo que para la construcción de una paz sólida y que no tambalee en el camino, los pueblos deben tener muy claro que hay factores comunes que jamás pueden dejar de lado. El primero es la posibilidad de vivir en seguridad, sin temor ni amenaza de violencia y ninguna forma de agresión. El segundo, que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley y que puedan confiar en los sistemas de justicia. El tercero, que exista acceso justo y equitativo a las necesidades básicas para el bienestar de las personas (alimentación, agua potable, vivienda, educación, salud y un ambiente de vida apropiado). Por último, que existan las mismas oportunidades de trabajar y ganarse la vida, independientemente del sexo, la etnia o cualquier otro aspecto de su identidad. En resumen, un país digno, justo y con oportunidades para todos.
La paz es un camino seguro para el desarrollo y las peleas internas son, por otro lado, un gigantesco desperdicio de oportunidades. ¿Qué ganaría entonces Chile con la paz? Pues lo ganaría todo.
No obstante, cuando se han producido quiebres tan profundos y roturas de confianza desde todas las partes, como lo vivimos en estos días, se requiere también un importante proceso de perdón. “Las personas valientes no temen perdonar en aras de la paz”, dijo Nelson Mandela. Paz, valentía y perdón, por tanto, serán tres palabras claves en esta nueva etapa. Y que nos pondrán a prueba a cada uno de nosotros como chilenos, al enfrentarnos al difícil desafío de ser parte de la solución.