A propósito del derrumbe de la fachada del legendario “Bar Inglés” nuevamente el país ha puesto sus ojos en Valparaíso y se ha encendido la alarma sobre el incierto futuro patrimonial de la ciudad puerto, o más bien, sobre el oscuro panorama que pareciera no tener solución.
En el mes del patrimonio, parece increíble que todos los años tengamos que volver a reflexionar sobre la pérdida de testimonios históricos de nuestras ciudades que, tarde o temprano, lamentaremos profundamente, en especial, por impedirles a las futuras generaciones conocer las edificaciones que han forjado la identidad de nuestras ciudades y de sus habitantes.
Para el caso de Valparaíso, más sorprendente es ser testigos de una sistemática destrucción, que paradójicamente se ha acentuado en los últimos años, coincidente con una declaratoria de la UNESCO, que se suponía iba a servir como punto de inflexión para salvar a la ciudad de la pérdida de su casco histórico.
Desde el año 2003, las promesas incumplidas fueron muchas, pero también hay que reconocer que se hizo mucho, en especial, con aportes privados que creyeron en la ciudad e invirtieron fuertemente en los cerros Concepción, Alegre y Bellavista, forjando un esplendor turístico no visto antes en una ciudad que, como decía el añorado Lukas, tenía la antigua tradición de vivir cerrada comercialmente los sábados por la tarde y los domingos.
Las sensaciones hasta hace media década hacían presagiar una esperanzadora recuperación. Eran varios los proyectos en el sector más golpeado de su casco patrimonial, el Barrio Puerto, en donde estaban anunciados, entre otros, la casa matriz de las empresas porteñas del grupo Ultramar, la nueva sede regional del Servicio Nacional de Aduanas, el anhelado centro de Neurociencia de Valparaíso de la Universidad de Valparaíso y la rehabilitación del destruido edificio Subercaseaux, primero como sede conjunta del MOP y MINVU y luego como corporativo de EPV. También en el cerro Concepción había altas expectativas por la recuperación de un conjunto patrimonial del antiguo Colegio Alemán, entre otras de las buenas ideas.
Sin embargo, algo ocurrió, pues, en los últimos años, esta sensación de progreso fue reemplazada por destrucción, abandono y desmotivación. La ciudad comenzó a perder su patrimonio intangible, y durante el llamado “estallido social” comenzó a ver imágenes surrealistas como los incendios de edificios patrimoniales en calle Esmeralda y Condell, incluyendo el edificio El Mercurio, con daños tan graves que hasta ahora es imposible trabajar en la recuperación de este último. Luego llegó la pandemia y se acabaron los locales comerciales históricos, entre los cuales estaba el “Bar Inglés” y varios otros que todos bien conocen.
¿Cómo recuperar algo de lo perdido y salvar lo que queda? La solución es clara: desarrollo económico. No se trata simplemente de restaurar edificios o pintar fachadas, sino de generar actividad económica en sectores patrimoniales, que vayan más allá del turismo, en especial en el Barrio Puerto y en el área Plaza Sotomayor–Plaza Victoria.
Debiesen existir incentivos para que algunas empresas se instalen en el sector o recuperar edificios patrimoniales para viviendas, apuntando de paso a solucionar otro problema complejo: el despoblamiento. En suma, la conservación del patrimonio debe ir acompañado de inversión pública y privada, pero la segunda no llegará si no existe la primera, en especial, en orden, seguridad y aseo de verdad. Mientras tanto… ¡feliz día del patrimonio!