Patricio Rodríguez: Capitán y estratega

Navegante, capitán y presidente de la Asociación Biobío de la clase J-24, Patricio Rodríguez impulsa la promoción de la vela en la Bahía de Concepción, escenario que se tomó la categoría de este tipo de embarcaciones a nivel nacional.

Por Érico Soto M. / Fotografía Sonja San Martín D.

En el Cendyr Náutico de Talcahuano, a un costado de la Base Naval, descansa una decena de embarcaciones que forman parte de la incipiente flota de la clase J-24, modalidad de la vela mayor que llegó al Biobío para quedarse. Es más, la Bahía de Concepción es el lugar donde más se practica esta modalidad en el país, con barcos de cinco tripulantes herederos de la clase WAL, cuyos últimos ejemplares sucumbieron durante el tsunami de 2010.

Este es el hábitat de Patricio Rodríguez Cole (45), capitán de “Demente al viento” y presidente del club J-24 Biobío. Paisajista de profesión, pero un nombre reconocido en estas costas, no solo por animar cada una de las regatas que se celebran en la bahía, sino porque comenzó su aventura como marinero desde muy pequeño, en las naves de vela menor, en una pasión que cultiva hasta hoy.

Rodríguez explica que el grupo se consolidó gracias al aporte de la Escuela de Grumetes, que desde la Isla Quiriquina fue incrementando la flota de barcos hasta lograr un número que posibilitó la competencia local. Inicialmente, debió tripular los botes de la Marina, compartiendo su experiencia con los grumetes, pero lentamente fueron sumándose las naves que hoy componen el Club J-24.

¿Cómo nace esta asociación J-24 Biobío?
Organizamos este club, en un principio, con muchos amigos que llevamos más de treinta años navegando. Hubo un tiempo en que nos dedicamos a la familia, profesión y estudios, y nos alejamos. Pero luego, hace unos cuatro años, volvimos a reunirnos todos los que, cuando éramos más pequeños, navegábamos en un tipo de barco que se llamaba WAL, que también era para unas cinco o seis personas. Eran barcos antiguos, de madera, calafateados con pintura y perlón. Muchas instituciones y empresas tenían esos barcos, como Petrox o la UCSC, pero solo duraron hasta el 27 de febrero de 2010. La mayoría se perdió en el tsunami, y los que se encontraron, estaban hechos pedazos.

J-24

¿Cómo derivaron en estos barcos?
Después del 27F, empezó una merma en cuanto a la navegación, y la clase WAL nunca pudo surgir. Entonces, nos juntamos entre amigos: Andrés Mentta, Carlos Solar y todos lo que tienen sus barcos aquí, con los cuales empezamos muy chicos, pero que con más de cuarenta años decidimos reactivar la clase, reemplazándola por un barco un poco más técnico y más competitivo: el J-24. Un tipo de embarcación en la que todavía se hacen campeonatos mundiales y sudamericanos, entre otros, a pesar de que hace poco dejó de ser olímpico.

¿Qué ventajas tiene su manejo?
Es más competitivo, y además, es un barco que se puede trailerar. Tiene su carro, por lo que se engancha a un vehículo y se lleva a cualquier parte. Pesa alrededor de mil trescientos kilos. Las otras categorías son más grandes, de más tonelaje. Y así, con mis amigos, decidimos formar la clase.

La competencia surgió al alero de la Armada. ¿Cómo fue eso?
La Armada de Chile tenía dos J-24 en la Segunda Zona Naval: el Contramaestre y el Condestable. Y luego de eso, llegaron a la Escuela de Grumetes, en la Isla Quiriquina, tres más: el Mariscal, el Guafo y el Guamblin, lo que ya representaba una flota. Así, empezamos a reactivar y avivar la clase, pues se trataba de un barco muy competitivo. Antes, cuando aún no tenía mi barco, competí con la Escuela de Grumetes. Les pedí competir, me dijeron que sí, con la condición que tenía que navegar con puros grumetes. Me pasaron el barco, les enseñé mucho y salimos campeones esa temporada, a bordo de El Mariscal.

Luego aparecieron los demás…
Decidí comprarme un barco (Demente al viento), Carlos Solar también (Joyita), y Carlos Mentta con Carlos Lucero, otro (Vikingo). Llegó el Puelche, que era muy bueno en el norte y su dueño de Santiago (Max Pinto), decidió traerlo acá cuando vio que la flota estaba creciendo y que teníamos una bahía espectacular. Y se fueron sumando otros. Hoy, la clase J-24, en Concepción, cuenta con alrededor de doce embarcaciones. Se pueden hacer competencias, con la Armada presente en todas.

¿Cómo ha sido su participación en las competencias?
Me ha ido bien. Voy segundo en el campeonato, aunque espero remontar. Acá, quizás el objetivo no es tanto ganar, sino competir. La experiencia de los amigos, saber que nos vamos superando. Ha venido gente de Argentina a darnos clínicas de navegación, mejorar la puesta a punto a los barcos, porque sabemos que son muy técnicos y se necesita gente con mucha experiencia, que ha navegado años. Nosotros comenzamos la clase recién en 2016.

¿Qué dificultades ofrece para los tripulantes?
Es un barco muy técnico: la puesta a punto, el mástil, la tensión de los cables, el trimado de las velas y todo eso. Son puntos claves para poder ganar y hacer que el barco corra más rápido. Eso cuesta aprenderlo. Así que nosotros, de repente, queremos saltarnos esa parte, y traemos gente de afuera que tiene mucha más experiencia, como la de Argentina,  con Nicolás Curia y Matías Pereira, y el brasileño Mauricio Santa Cruz, quienes han venido a darnos una mano. Queremos motivar a toda la gente que quiera aprender a navegar, que quiere tener un barco de estos. Es alcanzable, no es tan caro, y podemos competir, que es lo principal. Además de utilizar nuestra bahía, que es tremenda.

TRIPULANTES

¿Actualmente quién compone su tripulación?
Tengo gente de todas las edades. El proel es un joven de diecisiete años, Ignacio Contreras, que partió navegando en el Cendyr, como varios muchachos que cuando no pueden navegar en vela menor, “saltan” a vela mayor. Y una de las misiones del club es darles continuidad, para que sigan navegando, igual que nosotros. Al palo tengo a José Astete, dueño de una empresa de electromática, que auspicia el barco y es un buen tripulante. César Espinoza, pescador artesanal, en la escota. Y el resto es Cristián Yussef, ingeniero químico de Petrox, Jacqueline Cisternas, secretaria del club, psicóloga, y yo, capitán y timonel.

¿Cuál es el rol del timonel?
Concentrarse en el timón y las velas. Se preocupa de cómo llevar el barco en una buena dirección, buen rumbo. El táctico de la regata es el que observa todo lo que pasa alrededor. Ese puede ser Cristián Yussef, porque está aprendiendo y tiene que ver con la estrategia de la regata. Es un equipo que se ha ido conformando, porque siempre invito a chicos a navegar, aunque siempre terminan los que tienen más ganas y tiempo, para lograr una tripulación estable, lo que necesitas para competir.

¿Qué experiencias y regatas destacas?
Tuvimos la oportunidad de ir, en 2018 al Sudamericano en Córdoba, invitados por los amigos que nos vinieron a apoyar. Fue en el lago Carlos Paz, con una flota tremenda de J-24. Ellos disfrutan mucho su espacio marítimo, tanto en el lago como en el mar. Y también hemos participado en otras competencias importantes: la Off Valparaíso, Algarrobo, Higuerillas y Puerto Montt. Y este 2020, queremos ir a Chiloé.

¿Cuáles son los próximos desafíos?
En lo personal, ganar la temporada de apertura que termina en junio. Segundo, participar del campeonato sudamericano que se está desarrollando, lo que requiere organización tanto del barco como personal. Será difícil, con muchos y buenos competidores, pero con este tiempo creemos que tenemos la experiencia suficiente como para ir en la parte de adelante. Por lo menos entre los diez primeros.

 

 

“Es un barco muy técnico: la puesta a punto, el mástil, la tensión de los cables, el trimado de las velas y todo eso. Son puntos claves para poder ganar y hacer que el barco corra más rápido”.

“Nos juntamos entre amigos: Andrés Mentta, Carlos Solar y todos lo que tienen sus barcos aquí, con los cuales empezamos muy chicos, pero que con más de cuarenta años decidimos reactivar la clase, reemplazándola por un barco que sea un poco más técnico y más competitivo”.