Conocida como The land of the unexpected, la segunda isla más grande del mundo, ubicada al norte de Australia, fue el destino elegido por el siquiatra y fotógrafo Fernando Rosselot. Durante veinte días se encontró de frente con diversas comunidades y grupos étnicos que mantienen costumbres y rituales de la antigüedad, donde hay mucho sincretismo religioso, pocas carreteras y cerca de novecientos dialectos distintos.
Texto Macarena Ríos R./ Fotografías Fernando Rosselot
“La fotografía es un medio de expresión que me ha ayudado a observar de un modo más atento la naturaleza y las personas. Ha sido un medio que me ha impulsado a viajar y conocer lugares remotos y grupos humanos que viven de formas muy diferentes a las nuestras.
Tengo dos áreas de interés especial: la fotografía de naturaleza, que incluye paisaje y fauna, y una pasión creciente por acceder al mundo de culturas minoritarias que viven de espaldas a la avasalladora fuerza uniformizante de la globalización, que ha ido estereotipando los modos de vivir, extinguiendo prácticas culturales muy ricas. Afortunadamente, aún quedan algunos bolsones de resistencia en que se puede acceder al mundo animal fuera de los zoológicos y a la vida de culturas minoritarias de un modo genuino y no como show preparado para turistas.
Como fotógrafo étnico he viajado a Myanmar, Namibia, Etiopía, Sudán del Sur, Papúa Nueva Guinea y este año pude cumplir el sueño de recorrer Afganistán. Soy un afortunado de tener a la mejor compañera de viajes y aventuras, mi mujer Paulina Peluchonneau, con quien llevamos veinte años visitando estos lugares remotos, sin agotar nuestra curiosidad.
Como siquiatra sicoterapeuta, uno está siempre conectado con el dolor, el trauma y el conflicto, por eso estos viajes son un espacio que me permiten resetear la mente. Se me hacen necesarios estos retiros para recobrar la energía.
Por otra parte, como siquiatra y terapeuta familiar, tengo un especial interés por las formas de organización y convivencia humana y una gran curiosidad respecto a la formación de los sistemas de creencias familiares y sociales.
En estos viajes experimento la gratificación de ver que los sistemas de creencias son múltiples, lo que sirve para revisitar los propios que muchas veces nos atrapan y hacen sufrir. Es un intento de mirar nuestra cultura desde afuera y mirar lo distinto con el asombro que tendría un pez que saliera del mar y deambulara por la tierra.
En mi profesión siempre estoy enfrentando a personas mirando sus ojos. Un intercambio de miradas que siempre conmueve. Tal vez de ahí viene un especial interés por el retrato y la búsqueda de estos fugaces encuentros de miradas.
DE LA PREHISTORIA A LA POSMODERNIDAD
Papúa Nueva Guinea siempre me pareció un lugar misterioso y fascinante. Desde los relatos del documental italiano de los setenta Perro Mundo, que mostraba la importancia de los cerdos en su cultura —presente en todos sus ritos y festividades— y el “Culto al cargo”, que es un culto que veía a los aviones como dioses que venían del cielo con valiosas cargas para quienes habitaban las tierras bajas, hasta las menciones de Jared Diamond en su magnífico libro Armas, gérmenes y acero.
Papúa Nueva Guinea es un lugar muy remoto; el primer contacto con occidentales de las zonas altas fue recién en la década de 1930. Hasta esa época vivían en un estilo paleolítico. Son pueblos que han ido de la prehistoria a la postmodernidad en menos de un siglo, lo que hace que conserven sus modos de vida ancestrales cubiertos por una delgada capa de modernidad.
Como siempre antes de un viaje estudio bastante el destino, revisando libros y documentales, tenía una idea más o menos ajustada a lo que encontré. Conocida como “La tierra de lo inesperado” (The land of the unexpected) en Papúa Nueva Guinea todos los días uno se sorprende con algo. La amabilidad de su gente, los sofisticados adornos corporales que fabrican a partir de elementos cotidianos, el color de sus trajes y las insólitas costumbres sobrepasan lo habitual.
Viajamos con la agencia española Last Places, especializada en visitar lugares remotos y etnias minoritarias. Nuestro guía fue Xavier Calvo Vergés, un catalán sobrino de un misionero español que vivió cuarenta años en la zona sur de PNG, la zona de las etnias Mekeo y Roro, rara vez visitadas y muy interesantes. También visitamos distintos grupos étnicos de las Tierras Altas, donde el plato fuerte fue el Festival de Goroka. En esta zona visitamos la Tribu de los esqueletos (Skeleton Tribe), cerca de Mount Hagen, la de los Hombres de Barro (Mud Men) y los Moko Moko que realizan una danza de exaltación viril muy interesante.
La última semana del viaje estuvimos en la zona norte de la isla conviviendo con la tribu Bosmun que vive a orillas del río Ramu. Son fenotípicamente diferentes a los de las Tierras Altas y viven muy conectados al río.
En PNG el color es protagonista. Cada tribu tiene una forma diferente de pintarse la cara y usan vestimenta de todos los colores, con tocados de plumas, plantas, conchitas, insectos. Los trajes son muy llamativos y surrealistas.
LA CONFIANZA ES CLAVE
Es fundamental viajar a estas zonas con guías locales del país y guías de cada tribu que actúan de intérpretes y de contacto para poder tomar fotos. Todo tiene sus tiempos y las confianzas se van logrando lentamente, siguiendo protocolos sociales que los guías locales conocen. Después todo lo hace una sonrisa, una mirada curiosa y honesta, mostrarles las fotos en el visor de la cámara y disfrutar de la interacción y la curiosidad mutua.
Hay varias imágenes que me gustan de este viaje, pero destacaría la serie de tomas del matrimonio en Chimbu, por la riqueza cultural del fenómeno al que asistimos. Fue un privilegio poder asistir a una boda en una zona montañosa y presenciar la ceremonia tan colorida e interesante, en que se sella el matrimonio cuando los novios muerden un trozo de carne de cerdo por ambos extremos.
PNG es un desafío logístico completo. Allí cualquier cosa puede fallar: los vuelos, las reservas de alojamiento, la comida, los guías, etc. Es muy frecuente la reprogramación de vuelos que se suspenden sin mediar explicación alguna. Además, hay que estar atento ya que es común que haya conflictos entre algunas tribus que pueden obligar a cambiar el itinerario.
En el trayecto desde las Tierras Altas a la zona del Mar de Bismark tuvimos que ir con escolta policial por ser una ruta muy poco transitada en que había habido reporte de algún asalto. Afortunadamente no tuvimos ningún inconveniente.
Cada viaje deja enseñanzas, uno vuelve más humilde al constatar que las visiones de mundo propias son una de múltiples formas de interpretar la realidad y de organizarse para vivir. En PNG es conmovedora la inocencia de su gente y lo felices que se muestran de sentirse interesantes para alguien que viene de tan lejos. Lo común es que agradezcan la visita y se muestren curiosos respecto a nosotros.
Siempre en estos viajes me conmueve el cariño con que tratan a sus niños tanto hombres como mujeres y el lugar central de la vida comunitaria tan perdida en nuestra cultura narcisista y atomizada”.