Ad portas del proceso hacia una nueva Constitución, creo firmemente que hoy es un buen momento para retribuir toda esa ganancia que han entregado las regiones a este país con mayor autonomía y empoderamiento por parte del mercado y el Estado para sus emprendedores.
Un asunto me ilusiona y a la vez me intriga en todo este proceso de cambios por el que atraviesa nuestro país: cómo quedarán representadas las regiones. Si durante mucho tiempo discutimos sobre el excesivo centralismo y la distribución del poder —la que muchas veces no permite tomar una decisión crucial en otro lugar que no sea Santiago—, en estos aires de nuevo ciclo podemos abrir la ventana y reflexionar sobre lo fundamental que es la riqueza social, cultural y económica de todo nuestro territorio, donde el emprendimiento es un claro reflejo de ello.
No es lo mismo hacer empresa en el sur que en el norte de Chile. Existe una serie de características, costumbres y arraigos locales que influyen a la hora de dar el paso y decidirse por un negocio. Ni hablar de otras condiciones elementales como el clima o el ambiente, extremadamente diversos en nuestro país, los que sin duda son determinantes a la hora de escoger un rubro o un tipo de servicio en específico.
Cada vez que aparece una buena noticia relacionada con las Pymes, ¿ustedes se preguntan si su efecto será necesariamente el mismo para las ubicadas fuera de Santiago? Pongo hincapié en este tema porque me apasiona y porque gran parte de nuestra industria exportadora proviene de las regiones. De tradiciones familiares, sociales y gremiales que en un momento apostaron por el valor de su zona. Con esto no solo me refiero al vino a la fruta. También lo hago sobre actividades y oficios que representan a nuestra cultura y que no suelen tener la misma importancia como el turismo, la gastronomía o la artesanía, los que sin duda también dejan bien en alto nuestro nombre en el mundo.
Es primordial que la descentralización traiga consigo una mirada integrativa de los territorios, donde su experiencia resulte fundamental para resolver problemáticas como el desempleo o la recesión económica, que actualmente afecta a miles de emprendimientos. Este mismo parámetro debe aplicarse para otros paradigmas de nuestra era, como el cambio climático y la promoción de procesos más sustentables en el mundo.
Chile debe guiar la discusión hacia un Estado social y fraterno, que sea fuerte y capacitado para descentralizar los recursos y los derechos de las personas —entre esos, tener tu propio negocio—, basándose en evidencia regional e, incluso, comunal. Esto lo volvería más cercano al ciudadano de a pie, los que tendrían más razones para confiar en las autoridades e instituciones, pues estas serían más competentes para trabajar en asuntos prioritarios como mejor salud, educación y calidad de vida.
Pienso en este proceso constituyente como una gran oportunidad para las regiones de Chile, ya que permite buscar maneras innovadoras para administrar el Estado, como por ejemplo, otorgando mayor autonomía a los gobiernos regionales. O implementando impuestos propios por zona, como lo hacen ciertas ciudades europeas, con los cuales se podría financiar innovación y desarrollo para esos territorios. O también, mayores incentivos para hacer y mantener empresas en regiones. Así será mucho más fácil romper con las barreras que nos separan y atacar una de las problemáticas más fuertes por las que atraviesa nuestro país: la desigualdad.