Pensar como emprendedor es mirar el mundo con ojos de posibilidad. Es actuar en lugar de quedarse esperando. Es tener una idea y mover cielo y tierra para concretarla. Es caerse diez veces y levantarse once. Es usar lo que se tiene a mano con creatividad, adaptarse con resiliencia y tomar riesgos, incluso, cuando el camino es incierto.
No todas las personas vienen al mundo a crear una empresa desde cero, y eso está bien. No necesitamos estar llenos de startups ni obsesionarnos con levantar capital. Hay múltiples talentos, múltiples caminos y muchas formas de aportar. Pero sí creo, con total convicción, que todos deberíamos pensar como emprendedores.
¿Por qué? Porque la mentalidad emprendedora no es exclusiva de los negocios. De hecho, en el mundo laboral mejora la empleabilidad, la capacidad de innovar, resolver problemas y ayuda al potencial de liderazgo. En la educación, favorece el aprendizaje activo, la proactividad y el desarrollo de habilidades útiles para la vida. Y en la vida personal, aporta en cómo enfrentamos retos, gestionamos mejor los recursos y tomamos decisiones más acertadas.
En esta era digital e hiperautomatizada por la inteligencia artificial, las habilidades blandas están cobrando más valor que nunca. Y hay una en particular que considero fundamental para cultivar una mentalidad emprendedora: el entusiasmo. El entusiasmo —que es casi una actitud emprendedora en sí misma— se está convirtiendo en una de las cualidades más buscadas en cualquier entorno: empresas, equipos de trabajo, familias, incluso, en la vida en pareja. Quien contagia entusiasmo moviliza, inspira y suma. En cambio, quien se instala en el desánimo, pone trabas o apaga la energía de los demás, suele ser el primero en quedar fuera cuando los equipos necesitan adaptarse o reinventarse. Por eso, trabajar el entusiasmo como una habilidad real es parte de esa nueva mentalidad que necesitamos para emprender, y también para seguir siendo valiosos en cualquier espacio de desempeño.
La autora y académica estadounidense Saras Sarasvathy plantea, en su libro Effectuation, la teoría de la efectivización, una forma de pensar y actuar en el emprendimiento que se centra en la creación de oportunidades y la gestión de la incertidumbre. A diferencia de la lógica causal, que parte de un objetivo fijo, la efectuación parte de los medios disponibles y construye desde ahí. Esa mirada es profundamente emprendedora: flexible, adaptativa, creativa.
En un mundo donde los modelos tradicionales ya no bastan, esta mentalidad se vuelve transversal. Es una herramienta profesional, pero también una brújula personal. Hoy más que nunca necesitamos personas que vean oportunidades donde otros ven obstáculos; que creen soluciones donde antes solo había quejas; que construyan futuro en vez de aferrarse al pasado.
Sin importar la profesión, rubro u oficio, este tipo de mentalidad es tremendamente poderosa. Si eres artista, necesitas creatividad, autonomía y pasión. Si trabajas en una empresa, innovar desde la operación interna puede ser tan transformador como lanzar una nueva marca. Si estás en el sector público, emprender es encontrar nuevas formas de generar impacto social. Y si estás diseñando tu propia vida, pensar como emprendedor significa atreverse a elegir el camino que sueñas, no conformarte con el que te tocó.
Porque al final del día, pensar como emprendedor no es un título ni una posición. Es una actitud. Una forma de habitar el mundo. Y esa actitud —hecha de creatividad, resiliencia, entusiasmo y acción— puede cambiarlo todo.