La revista Forbes declaró a Bad Bunny como el nuevo rey del pop. “Todo lo que crea, se convierte en un éxito mundial”, aseguró la publicación especializada en negocios y finanzas, destacando los impresionantes logros del puertorriqueño de veintinueve años. Desde 2019 es el artista más demandado en Spotify, con 35.9 mil millones de reproducciones. En Youtube, su canal supera en visitas a Taylor Swift y Ed Sheeran. Sus giras de 2022 reportaron ganancias por 88 millones de dólares. En premios, ha cosechado tres Grammy estadounidenses y otros once latinos.
Toda esta conquista avasalladora —sin parangón entre artistas urbanos, y ejecutada incansablemente durante cinco años— ha sido completamente en español. Aunque filmó en Hollywood junto a Brad Pitt y estuvo en Saturday Night Live con Mick Jagger, sus éxitos son estrictamente en castellano. “Él tiene el dedo en el pulso de la cultura como nadie”, declaró a Forbes el director de música de Spotify, Jeremy Erlich. “Él está dictando en qué se convierte la cultura”.
En octubre, la revista Billboard anunció que el canadiense Drake había igualado la cantidad de números uno de Michael Jackson. Drake, que brindó el peor show en el historial de Lollapalooza Chile, lleva tatuado en uno de sus brazos la imagen de Los Beatles cruzando Abbey Road con su figura delante, por algún récord que nadie recuerda.
¿Qué implica ser rey del pop hoy en día? Números estratosféricos y la asociación obligatoria a grandes marcas, tal como un deportista de élite. En ese sentido, Bad Bunny, ligado a contratos con Gucci y Adidas, cumple con los requisitos.
Paradojalmente, en todas estas proclamaciones de quién lleva la batuta en el pop, poco y nada se habla de música. Quizás valga preguntarse si el mundo sería el mismo si Bad Bunny no hubiera existido, y plantear la misma interrogante en el caso de Michael Jackson; un revolucionario de la video música, un bailarín influyente hasta hoy, creador de la fusión entre el funk negro y el pop blanco, con generoso uso de la electrónica.
El pop siempre ha sido un negocio, pero reducir la música popular a una especie de informe de directorio, reduce su valor a una mera mercancía sin alma.