Ser mamá es un camino incondicional. Como todo mayo, y más allá de todo cliché, el sentimiento que nos une está impregnado en nuestras células, incluso más allá de la biología. Hoy queremos que esa emoción se prolongue todo el año, en las historias de estas cuatro mujeres que a pesar de cualquier obstáculo se la jugaron por ser mamás.
Por Verónica Ramos B. y Claudia Zazzali / Fotografía Francisco Díaz U.
Tini González Ireland: Privilegiada y escogida
“Después de quince años de pololeo con Abdón, quedé embarazada de mis primeros mellizos, Emilia y Vicente. Tenía veintisiete años cuando nacieron y debo reconocer que pese a la ayuda y al apoyo de mi familia, fue un periodo duro y muy cansador. Cuando mis niños tenían cinco meses, tuve que retomar mi trabajo como ingeniera comercial y los dejé al cuidado de dos personas de mucha confianza. Seis años después, nació la Laurita. Fue un embarazo planificado y muy esperado también.
En el 2010 me separé y, luego, conocí a Carlos. Él es menor que yo y hasta entonces no tenía hijos. El punto es que para él era un tema crucial tenerlos. Nuestra relación estaba en juego, porque con mis tres niños me sentía plena y no era capaz de tener más hijos. Él, sin embargo, nunca perdió la esperanza.
Tenía treinta y nueve años cuando cambié de opinión y decidimos intentarlo. Era el momento, porque no quería ser mamá después de los cuarenta. Pasó un mes y con Carlos estábamos en el cine cuando sentí el rechazo al aroma de las palomitas de maíz y supe de inmediato que estaba embarazada. El test salió positivo, pero me negaba a creerlo. Esperamos unos días y fui a ver a mi papá que es ginecólogo. Cuando me estaba haciendo la ecografía me dice ¡Sí, estás embarazada! Me sigue revisando y en el monitor veo que hay otra lentejita. Al segundo, mi papá me dice ¡Oh, son dos! Para mí fue un balde de agua fría. Me puse a llorar a mares y sentía que me desplomaba. Carlos quería gritar de felicidad, pero tuvo que aguantarse para contenerme.
Francisca y Rosario nacieron en julio del 2013. Ya había cumplido los cuarenta años y, la verdad, no es lo mismo tener mellizos a los veintisiete que a los cuarenta. Si bien ya tenía la experiencia, el apoyo de Carlos, de una enfermera, de mi mamá y de mis amigas, mi energía y mi cuerpo ya no eran lo mismo. El primer año de vida de las niñitas lo tengo casi borrado de mi mente porque fue un agotamiento feroz, pues debía dedicar toda mi preocupación y atención a mis cinco niños.
Emilia y Vicente (19) salieron del colegio el año pasado y Francisca y Rosario (5) entraron este año a kínder ¡imagínate, todo de nuevo! Y la Laurita (12), como buena hija del medio, ha tenido que adaptarse a todo este cambio. Hoy, miro a esta hermosa familia y no puedo hacer otra cosa que agradecer. Carlos es un papá maravilloso y la convivencia es muy sana. Como mamá me siento privilegiada y escogida, porque tengo mucho amor para entregar. Al final del día, me siento en la cama y agradezco a Dios por tener hijos sanos, felices, lindos de corazón ¡qué más podría pedir!”.
Patricia Castillo: Conociendo al Fá
Soy de Santiago, pero luego de conocer a Daniel, nos fuimos a vivir a Iquique, lugar donde nos casamos y tuvimos a Daniel, que hoy tiene veinticinco y estudia medicina. Luego de un par de años, buscamos a Fabián, más conocido como el Fá, que era un bebé muy “normal” hasta que un día comenzó a tener algunas actitudes un poco extrañas. Decía “pa” en vez de pan, “ma”, en vez de mamá, daba vueltas en círculo alrededor de la mesa o se acercaba al televisor a tocarlo y se quedaba mucho rato mirando.
Lo llevamos a un pediatra que nos dijo que eran cosas normales y que esperáramos hasta que Fabián cumpliera dos años. Cuando eso ocurrió, el diagnóstico fue “sí, puede que sea autismo”, pero no había mucha información y fue poca la ayuda que tuvimos. Estábamos muy angustiados, un poco perdidos. Una siquiatra nos derivó a un centro especial, CEDIN y a pesar de tener que cambiarnos de ciudad, lo hicimos sin pensarlo mucho.
Cuando llegamos a Santiago, al entrar a un centro especializado, por primera vez me sentí en el lugar correcto. Conocimos al doctor Jaime González Oporto —nuestro neurólogo hasta hoy— quien nos dijo, desde el principio, que el autismo es una condición y que el Fá siempre será así.
Su diagnóstico es de autismo severo y es el hijo más dulce y lindo que pueda existir. Hoy tiene veintidós años, no habla y su forma de comunicarse es con miradas, movimientos, actitudes.
Hubo momentos muy duros para todos. En el colegio gritaba sin consuelo y cuando decidimos no llevarlo más a clases, una asistente social nos advirtió que como padres le estábamos quitando el derecho de educarse. Quedamos destrozados porque ni las leyes, ni el sistema de salud te ayudan.
Hemos pasado por millones de tratamientos: reiki, biomagnetismo, dieta biomédica, jugos, medicina alópata y, ahora, resina de cannabis. Esta alternativa ayuda a bajar los niveles de ansiedad de Fá y mantiene controladas esas pequeñas crisis con las que tenemos que lidiar. La conseguimos a través de la Fundación Daya, que apoya a varias familias con el cannabis terapéutico.
Somos un equipo. Mi marido y yo tenemos un vínculo maravilloso como pareja, y mi hijo mayor es el mejor hermano que existe. Nuestra otra compañera es la Nina, una perrita golden de seis años que siempre está ahí en los paseos con Daniel y Fabián por la playa.
Hoy sabemos que nuestro Fá es así y será así siempre, por eso todos los días hacemos lo mejor para que tenga una vida linda. Admito que aún me afectan las miradas inquisidoras o sentir la incomodidad de algunos, pero trato de relajarme. Finalmente, somos una familia diferente y nos adaptamos a la realidad que nos toca vivir, asumiendo la libertad de saber que mi hijo es autista y que siempre será así.
Marcela Geisse Vilicic: Partir de cero
“Tenía veinticuatro años cuando me casé con Raimundo y después de largos y muy disfrutados once años de matrimonio, nació nuestro primer hijo. Raimundito (16) fue un niño muy esperado por toda la familia y siempre dije que el día que tuviese hijos, dejaría de trabajar como educadora de párvulos y empresaria para dedicarme a ellos y así fue. Tres años después nació Josefina (13), nuestra princesa. Estábamos felices con la parejita, pero yo sentía que nos faltaba un Clemente, un José Manuel y una Colomba, siempre quise tener una familia grande.
En ese entonces vivíamos en Santiago y por un tema laboral de Raimundo, nos trasladamos a La Serena, en el 2009. Así partimos nuestra nueva vida familiar y un año después, a mis cuarenta y cuatro años de edad, supe que estaba esperando guagua, ¡no lo podía creer! Viví entonces un periodo de negación y no le conté a nadie, incluso recién a los cinco meses de embarazo fui al doctor. Mi edad nunca fue tema, tampoco me atemoricé frente a posibles riesgos, el punto era lo que se venía… partir todo de cero. En Navidad, con un regalito, les di la sorpresa a Raimundo y a los niños. Estaban todos felices.
En el 2011, y a mis cuarenta y cinco años, nació Dominga. Los primeros meses fueron complicados porque la Domi sufría de reflujo gastroesofágico y lo único que la calmaba era tomar pecho. Lloraba tanto que Raimundo tuvo que irse a otra pieza y estuve, prácticamente, seis meses encerrada con ella. Fue muy desgastador, tanto que mi dedicación a la Domi afectó a Josefina, y es que no fue fácil para ella compartir a la mamá.
Con la llegada de la Domi he dedicado tiempo completo a mis niños y recién ahora he podido retomar mis actividades. Si bien he tenido que postergar muchas cosas y el cansancio a veces no acompaña, siento que estoy en el mejor momento de mi vida. Tengo cincuenta y dos años y me siento radiante. Somos una familia achoclonada y como padres no nos sentimos en deuda para nada. Les hemos inculcado que la familia es lo más importante y que está por sobre todo. Me siento muy agradecida de Dios, tengo un marido espectacular, hijos sanos y felices, y un “conchito” que nos alegra la vida y que nos va a acompañar por harto rato”.
María Eliana Reyes: Mi mejor versión
Cuando me casé con Emilio, los hijos entraron automáticamente a las conversaciones y a los sueños. Se crea esta ilusión de tener “compañía”, de ir creciendo y de formar un equipo… una familia. Pero algo pasaba y los planes no se cumplían.
Entender que la biología no estaba de mi lado fue un proceso largo. Todas mis certezas empezaron a tambalear. ¿Y si realmente no puedo quedar embarazada? ¿Y si nunca podré ser mamá? ¿Y si esto afecta mi relación? ¿Qué proyecto de familia puedo formar sin hijos?
La primera etapa que tiene que ver con el “duelo” por no poder ser papás biológicos, es triste, súper triste la verdad. Mientras me sentía en la incertidumbre más absoluta, la palabra adopción surgió acompañada de una sensación de “esto quizás no termina acá”. Y ahí todo florece, como algo mágico, te das cuenta de que esto era para ti, de que no había otra manera, que esta es TU forma de hacer familia y que es maravillosa.
Todo el dolor que vivimos con Emilio se convirtió en un vínculo poderosísimo. Nuestro amor se transformó y creció. Y esa madurez permite que tu amor se abra a otros que no tienen por qué tener tu sangre, tu carga genética, tu cara, ni tu color. Llega un nuevo integrante a tu núcleo, con sus ojos enormes, con ese pelo que no reconoces en nadie de tu familia, con esa risa tan simple, y que todo lo llena, que todo lo cura, que todo lo inunda, que todo lo cambia y que, finalmente, todo lo completa. Llega tu hijo.
Ahora soy una mujer muy feliz; me siento muy completa. Mis hijos tienen hoy ocho y dos años, son intensos, maravillosos, agotadores, alegres y —espero— muy felices. Ser mamá adoptiva me ayudó a conectarme con una problemática país y que tiene que ver con cómo se vive la adopción en Chile. ¿Por qué los niños demoran en promedio dos años en ser adoptados? Y así nace Apoyo Adopción.
Trabajamos en tres grandes áreas: Incidencia, Programa y Desarrollo. La primera tiene que ver con cambiar procesos, políticas, procedimientos, leyes e idiosincrasias. Y esa es una tarea casi titánica pues hemos tenido que aprender mucho y a la vez educar e informar sobre una realidad totalmente invisible.
Programa, busca acompañar a la familia adoptiva en sus procesos. Todos creen que la adopción termina cuando tu hijo llega, y la verdad es que es ahí donde la adopción comienza. Finalmente, está nuestra área de Desarrollo, donde estamos trabajando en un estudio sobre abandono de recién nacidos en hospitales, que esperamos pueda visibilizar esta problemática y plantear soluciones reales y concretas.
Estamos felices con lo que hemos logrado, pero tenemos muy claro falta mucho por recorrer; que hoy —en este preciso momento— aún existen en Chile cientos de niños y niñas que no han visto restituido su derecho a vivir en familia y que quizás nunca lo verán. Por ellos es que seguiremos trabajando.
Te aseguro que la Manana de antes jamás habría sido capaz de llegar a esto sola, a involucrarse como lo estoy hoy en día. Si lo hago es gracias a mis hijos. Ellos han hecho de mí una mejor persona… por lejos, la mejor versión de mí.