Estas semanas hemos sido testigos de graves atentados a edificaciones patrimoniales y monumentos históricos en distintas ciudades de Chile. Para el caso de Valparaíso, el saldo ha sido desolador, aunque estos hechos se han repetido en Santiago, Concepción, La Serena, Iquique, Temuco, Puerto Montt y Punta Arenas, por citar algunos casos más impactantes.
Algunos bienes histórico-patrimoniales han sido destruidos, como el caso de la parroquia de la Veracruz, en el barrio Lastarria en la capital, u otros, como el edificio de El Mercurio de Valparaíso; las catedrales de Valparaíso y de Puerto Montt han sufrido enormes daños con pérdidas invaluables.
Para qué decir los monumentos. Valga observar la imagen de la estatua ecuestre del general Baquedano en la Plaza Italia para dimensionar la tragedia patrimonial. Y más impacta el haber visto en directo el derribo de la imagen de Pedro de Valdivia en la plaza de Concepción, o el ataque a la estatua de Arturo Prat en Temuco. Incluso los bomberos, hoy una de las instituciones más creíbles y prestigiosas del país, se vieron violentados cuando el monumento a sus 68 mártires en la avenida Brasil de Valparaíso fue brutalmente vandalizado.
Y a todo lo anterior se suman los rayados e incivilidades cometidas en este último mes, que han dejado nuestro patrimonio histórico y cultural en un estado lamentable, con pronóstico reservado a la hora de una pronta recuperación, en especial, porque se necesitarán enormes sumas de dinero para volver a ponerlo en valor, recursos que a la luz de la realidad del país no están disponibles, y difícilmente existirán en el corto plazo. Ahora bien, la pregunta que ha asomado en el entorno de este triste espectáculo es por qué una parte de la población no respeta su patrimonio y no valora los monumentos que generaciones anteriores consideraron necesario erigir.
Posiblemente la respuesta está en un problema que desde hace tiempo estamos detectando como creciente: la mala calidad de la educación. Y no solo se trata de las horas de cursos de Historia que los estudiantes tienen en su etapa escolar primaria y secundaria, sino a la forma en que se enseña, en donde se memoriza mucho pero se comprende poco. En donde nos llenamos de fechas y datos pero sin significado. Y por lo tanto, en la vida adulta, el pasado no tiene mucho sentido, y por lo tanto, se respeta poco o nada.
Lo anterior no significa que aquí está la respuesta a todas las brutalidades realizadas en las últimas semanas en materia de daño histórico–patrimonial, pero al menos a una parte de ellas. Es decir, si no nos enseñan desde niños el porqué de nuestro patrimonio y la razón de nuestros monumentos, estos poco ayudarán al fortalecimiento de la identidad y el sentido de pertenencia, y por tanto, se les podrá considerar prescindibles o eliminables con el correr de los años.
Por lo anterior, la educación es vital y más aún si fortalecemos la historia y el patrimonio regional, puesto que es la ciudadanía local la primera que debe tener conciencia de su identidad y de los símbolos tangibles que la sustentan. Y lamentablemente en Chile esto no es una realidad porque la enseñanza de la Historia, poco exitosa en términos metodológicos, y hoy incluso con planes de reducirla en cursos superiores, se agrega el centralismo de contenidos que no dan cabida a las historias locales.
Que el desastre que hemos visto nos sirva de enseñanza y comencemos a trabajar con las nuevas generaciones porque, de lo contrario, la conservación del patrimonio local seguirá estando en peligro.