Me encanta la escena de Die another day, cuando el inefable 007 llega barbudo y mal vestido a un Hotel de Hong Kong (HK) tras una tortuosa misión en Corea del Norte. Por cierto lo reconocen, y le dan la suite presidencial; llaman a su sastre que en pocas horas le hace llegar varias tenidas impecables. Ese HK tan british, quizás con los mejores sastres del mundo, es el que no se debe acabar.
Escenario de novelas y filmes, lugar para encuentros de negocios y transacciones, refugio de magnates, gangsters, y artistas. Arribar al aeropuerto de HK es caminar entre el lujo y la exclusividad. Hay grandiosidad en Hong Kong, opulencia, buena gastronomía, excelentes servicios, conectividad; una mega ciudad acostumbrada a un liberalismo pródigo a la que no le está siendo fácil aceptar que el mundo gira sobre Asia, pero ya no precisamente con eje en Hong Kong. Nació entre pantanos, como su vecina Shenzhen, feroz rival que quiere igualarla y reemplazarla. Hong Kong se alzó tragándose aldeas de pescadores; todavía en los románticos años sesenta (El mundo de Suzie Wong) exhibía barrios pobres y había delincuencia. Y como si fuese teatro del absurdo, cuando logró la plena potencia, tuvo que ser retornada a China, porque así estaba escrito.
Hong Kong emergió de un laberinto de sucesos retorcidos y dramáticos, como un truculento thriller de esos justamente ambientados en Hong Kong. Para opinar se ha de saber; entonces, recomiendo estudiar la historia de China antes de posar para una foto. Hay excelente bibliografía francesa sobre China, obviamente más imparcial que la inglesa, sobre los tumultuosos años en que se introdujo el opio, pingüe negocio que enriqueció a comerciantes que lo traían desde India. Cuando el gobierno imperial chino quiso frenar la escandalosa propagación del opio, la mismísima reina Victoria se involucró en las tensiones que desembocaron en la Primera Guerra del Opio. Ese es un capítulo oprobioso; aún la más amplia mente se espanta al conocer cómo se indujo el consumo de opio hasta esclavizar a la población. El emperador Daoguang poco pudo hacer cuando el imperio británico ocupó los puertos chinos obligando su apertura y cesión al comercio británico. Hay una serie de tratados arbitrarios y desiguales (Tratado de Nakin, el primero), que bien se podrían llamar “caricaturas de acuerdos”·porque son sólo favorables a los intereses británicos, y después hacia otras potencias que también reclamaron una tajada del China pie. China fue violentada, mancillada, sus instituciones y estructura debilitada hasta lo inaudito. Toda esa situación aplastante duró casi un siglo, y tiene uno de sus momentos claves con la cesión colonial de Hong Kong (1860). La entrega se amplió en varios sucesivos documentos hasta el arriendo del territorio con pleno goce por 99 años. En 1984, la Gran Bretaña y la República Popular China firmaron la Declaración Conjunta sobre la cuestión de Hong Kong, en que se acordó que todo lo cedido sería reintegrado en 1997. Y así fue, aunque a algunos no les guste, o no lo quieran aceptar.
China no sólo se ha recuperado y se ha hecho respetar; hoy es un poder global de temerse, que cuida como cosa sagrada su unidad e integridad geopolítica. Creer que Hong Kong podría ser libre, soberano, y democrático es una falaz ilusión, es maya (en el budismo, “aquello que emboba los sentidos y hace sufrir”). HK vivirá dentro del imperio de las cinco estrellas, y sólo bajo su égida podrá seguir siendo un vibrante centro económico, comercial y cultural. Políticamente no tiene más opciones, aunque los hongkoneses salgan a las calles con su paraguas. Porque, sin profundizar en lo relativo al monolítico sistema unipartidista y el férreo control central, China se adapta a velocidad sorprendente y ha resultado ser más innovadora que muchas democracias occidentales. Ejemplo: en el actual decisivo tema ambiental, China se propuso superar a cualquier otro país, y como suele pasar con todo lo que se propone Beijing, lo están logrando (es el país que más ha reforestado en los últimos diez años). China necesita a un Hong Kong integrado, en armonía, tranquilo y fraterno. La agitación no le hace bien a ninguna de ambas partes. Beijing cederá, porque es natural a la inteligencia ser flexible; no obstante, concederá recogiendo. Reitero, se debe leer con cuidado la Historia de China; en especial sus pensadores, a Xun-tzí, a Shāng Yāng, entre otros “legalistas”, que recomendaban un gobierno poderoso que sabe sonreír, que da con largueza; pero que diligente y silenciosamente sujeta firme y se deshace de sus enemigos.
No se acabará Hong Kong. Antes se secaría el río Amarillo. Usted, yo, podremos llegar un día maltrechos, hambrientos, mal vestidos a HK. Habrá un sastre que hará una tenida en doce horas. Habrá salmón y vino chileno; lo mejor del mundo estará siempre en Hong Kong. Pero ¿el poder? No, el poder es del Dragón.