Es cierto que las brechas de género se subrayan en muchos sectores, pero también es evidente que la baja participación femenina en la investigación y generación de conocimiento científico continúa siendo una de las grandes deudas de nuestro siglo.
Menos del treinta por ciento de quienes investigan ciencias en el mundo son mujeres. Así lo afirma UNESCO, estableciendo que el mayor porcentaje se encuentra en Asia, con un 48,2%, seguido de América Latina y El Caribe, con un 45,1%. El organismo añade que la matrícula global de estudiantes mujeres en ingeniería, manufactura y construcción es del 8%, en ciencias naturales y estadísticas, un 5%, mientras que, en tecnologías de la información y comunicaciones, tan solo del 3%.
En el caso chileno, un artículo de Ciper/Académico indica que las carreras científicas solo cuentan con un 22% de ingreso femenino, mientras que las vinculadas con el servicio social, la salud y otras ligadas a la dimensión de cuidados —históricamente asociadas a la condición femenil— es de un 77,8%. Es probable que por esto solo haya dos mujeres entre los quince nombres galardonados con el Premio Nacional de Ciencias Exactas: María Teresa Ruiz y Dora Altbir Drullinsky.
¿Por qué ocurre esto? Chile es un territorio rico en diversidad natural, un verdadero laboratorio al aire libre para la comunidad científica mundial. Tenemos mar, cordillera, climas y vegetación. Los cielos más óptimos para la astronomía y una diversidad mineral que cualquier geólogo quisiera cerca. Si a esto le sumamos las universidades, fundaciones y centros de investigación dedicados a estas materias, ¿qué provoca que haya pocas mujeres?
Innovadores de Chile y el mundo me comentan que un punto importante es la socialización a tempranas edades, aspecto en donde ocurre cierta invisibilización y limitaciones para las interesadas en contenidos donde los hombres tendrían un supuesto conocimiento superior en ciencias y números. Un estudio de la revista Science indica que, desde los seis años de edad, las niñas se autoperciben como menos brillantes o inteligentes que los niños, debido a los estereotipos de género. Es primordial que en los inicios de la educación se blinde de estos males y se fomenten los intereses y gustos de quien sea.
Otro cariz es el acceso a plataformas que respalden este trabajo, porque no es lo mismo dedicarse a esto sin un aval económico y social detrás, sobre todo cuando muchas también son hijas, madres, hermanas, etc. Desde FONDECYT se indica que la adjudicación de fondos por parte de mujeres no supera el 20%. Dato alarmante pero no tanto cuando se indaga en áreas como matemáticas donde la participación no es mínima, sino derechamente inexistente, con un 0% de adjudicaciones en 2020.
Por esto adhiero al concepto “Ciencia 360” que difunde la Fundación Ciencia y Vida. Organización que busca posicionar a este sector como uno de los catalizadores de la movilidad social. Presidida por la destacada doctora en Biología Celular, Bernardita Méndez, masifican la investigación científica con formación y mirada a futuro, impulsando el emprendimiento y la educación escolar basada en biología, como también construyendo redes internacionales. Todo esto, sin distinciones de género. “Hay que empujar el cambio cuando nadie se va a dar el trabajo de hacerlo”, le escuché a Bernardita en una entrevista que me hizo pensar en una joven chilena que, tal vez en este preciso momento, descubre que los microscopios, las muestras y los tubos de ensayo son parte de la vocación que quiere para su vida.