Hace poco más de tres años era tan evidente el quiebre y división que se vivía en el país que los símbolos patrios también estaban viviendo una profunda crisis, o al menos, así se nos quería hacer ver en tiempos de convulsión. La ausencia de banderas chilenas, en especial en las manifestaciones, o el reemplazo de estas por otros emblemas, llamaban mucho la atención puesto que, en el pasado, en épocas de gran polarización política, la bandera patria siempre había sido el símbolo al que la mayoría acudía.
La llegada del COVID, en el 2020, impidió medir con exactitud el primer impacto en la Fiestas Patrias del fenómeno que, desde el 18 de octubre del año anterior, se estaba desarrollando con respecto al uso de los símbolos nacionales, pues una parte de la población parecía no sentir aprecio por los mismos.
Sin embargo, pese a la suspensión de las fondas y de las tradicionales celebraciones propias del 18 y 19 de septiembre, el gobierno de entonces —consciente de la relevancia que podía tener la fiesta nacional y la necesidad imperiosa de celebrarla— autorizó, excepcionalmente, a las familias para que se pudieran reunir en entornos íntimos y con un número restringido de asistentes, una medida que venía a solucionar una de las grandes necesidades que tenía la sociedad chilena: la urgencia de unir a los seres queridos en tiempos de mucho dolor y confusión.
Por lo anterior, fue en aquellas excepcionales fiestas patrias del año 2020, cuando llegó a Chile una luz de esperanza de que no solo podíamos superar la adversidad que estábamos viviendo, sino que nos podíamos encontrar en una celebración que, definitivamente, a casi todos nos hacía sentido, en cuanto a la conmemoración de la Primera Junta de Gobierno de 1810, y también a ese espíritu primaveral que envuelve a toda esta festividad.
Sin embargo, el año 2021 una vez más nos puso en alerta en cuanto a la valoración de nuestros emblemas patrios. En julio de dicho año, en la inauguración de la Convención Constitucional, el himno nacional fue pifiado por un grupo no menor de asistentes, generando una polémica que caló hondo en la sociedad chilena. Valga recordar que el himno patrio, en las tres últimas décadas, había aumentado su valoración, siendo cantado con frecuencia en los estadios de fútbol, incluso “a capela” en eventos internacionales, donde la canción solía acortarse. En definitiva, esta innecesaria polémica, resuelta un año más tarde por la propia Convención, quedaría en la memoria de muchos.
Pese a las convulsiones anteriores, se celebraron las fiestas nacionales en aquel 18 y 19 de septiembre del año 2021, pero esta vez con más apertura, dado que el país no estaba sufriendo cuarentenas, aunque las regiones y comunas vivían diversas realidades que la autoridad manejaba a través del plan “paso a paso”. Además, en dichas fiestas se vivió un resurgimiento de la llamada “chilenidad” e, incluso, se revivió la Gran Parada Militar, suspendida el año anterior.
Para el año siguiente, ya sin el COVID, la fiesta nacional fue multitudinaria, con cuatro días feriados, y en donde las banderas chilenas, el himno y la cueca volvieron en gloria y majestad. Y para este 2023, muy marcado por las divisiones, es de esperar que las próximas fiestas patrias sean, nuevamente, el punto de unión de los habitantes de un país que necesita paz, unidad en sus símbolos, y que requiere construir un futuro que sea mejor para todos.