Cerrar los ojos por un instante y respirar profundo es un ejercicio que hacemos inconscientemente; sin embargo, si nos detenemos un momento en ello, lograremos percibir un espacio subjetivo y oscuro, carente de objetos, ilimitado y adimensional. El escultor británico Antony Gormley (1950), explora en sus obras este espacio interior que percibimos en nuestro cuerpo, “el mundo elemental”, el que considera es “la condición común de nuestra conciencia”.
Gormley estudió Arqueología, Antropología e Historia en Cambridge. Durante dos años viajó por la India, interiorizándose en la filosofía budista. Posteriormente se graduó en la Central Saint Martins y en la Goldsmiths de Londres. Se inició tempranamente en la pintura retratando todo lo que veía, hasta que decidió inspirarse en aquello que, consideraba, estaba dentro de sí mismo. El dibujo se transformó, entonces, en la herramienta más rápida y libre para atrapar estos pensamientos y espacios, que luego traduciría en esculturas. Su búsqueda parte en ese espacio íntimo y subjetivo, la oscuridad del cuerpo, desde el otro lado de la apariencia. Desarrolló un molde de plomo de sí mismo, con los ojos cerrados y vacío en su interior, que procura sea una reflexión de la conexión de la oscuridad con el cuerpo, y que permita imaginar lo que está más allá del horizonte.
El artista es ampliamente reconocido por sus esculturas del cuerpo humano, usualmente a escala natural, capturadas en moldes de metal o arcilla que suele instalar en espacios públicos como playas (Another place), azoteas (Event Horizon) o espacios naturales abiertos (Angel of the North), como si fueran magníficos tótems que contemplan no solo el paisaje de su país, sino que el de otros como Brasil, EE.UU. o Hong Kong. Una de sus obras más impactantes ha sido Another Place, instalación itinerante que estuvo en Alemania, Noruega y Bélgica, y que encuentra su lugar permanente en Crosby Beach, Liverpool. Esta consta de cien esculturas de hierro fundido, basadas en el molde de Antony Gormley a escala real, diseminadas en cinco kilómetros y medio entre playa y mar, todas ellas orientadas hacia el horizonte. Tiempo humano e industrial, enfrentados contra el de las mareas, en el que estas memorias multiplicadas desaparecen con el vaivén del mar, estableciendo una relación entre la vida y los cuerpos subrogados.
Su arte se escabulle de la estética para concentrarse en las grandes preguntas de la humanidad, confrontando asuntos esenciales de la humanidad pertinentes a la naturaleza y al cosmos. El artista sostiene que, para identificar la verdad cósmica del universo en expansión, es necesario abandonar la percepción aparente; y que cerrar los ojos y encontrarnos en la oscuridad interna, ajena a dimensión alguna, nos conduce al lugar de la conciencia. Gormley dice que “ahora que la política y la religión nos han fallado, el arte es, más que una alternativa, el único foro en el que “el futuro colectivo puede ser imaginado, un acto fundamental de esperanza, pero también de comunicación y de transmutación”.