Epidemias: aquellos “ejércitos invisibles”

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Las epidemias y pandemias han sido parte de la historia americana, y hoy, en el contexto del COVID-19, volvemos a mirar el pasado para reflexionar y tomar conciencia de un peligro que se creía superado.  

¿Cuántos habitantes había en América a la llegada de los conquistadores? Esa pregunta aún no tiene una respuesta definitiva, aunque han existido muchas aproximaciones. Fue desde la segunda mitad del siglo XX en que se inició una intensa actividad investigativa que trajo como resultado una variada propuesta de cifras acerca de la población de pueblos originarios en el “Nuevo Mundo”. Las cifras más conservadoras hablaban de 13,5 millones de habitantes, pero otros llegaron a afirmar que el número de almas ascendía a ciento diez millones. Entre estas dos cifras extremas, varios estudiosos optaron por caminos intermedios, opción que ha llevado a calcular una población que se acercaba a cincuenta o sesenta millones.

Con tal margen de error, el consenso es muy difícil de alcanzar, aunque lo que sí ha estado claro desde el comienzo es que la población sufrió un descenso demográfico dramático, ante lo cual se han buscado múltiples causas. La más conocida de todas —y la más popular desde una perspectiva ideológica— es la del genocidio, en donde se afirma que los conquistadores españoles, y los colonos portugueses para el caso de Brasil, aniquilaron a la población local. Sin embargo, en el último tercio del siglo XX, las miradas han tomado otro rumbo. La tesis de que en realidad las epidemias y pandemias fueron las grandes causantes del brutal descenso de la población indígena empezó a cobrar mucha fuerza, en especial, cuando los estudios sobre medicina y enfermedades comenzaron a aportar datos significativos. Y en realidad, dando una mirada a la historia, no debía extrañar esta hipótesis porque existen múltiples ejemplos en el pasado de enfermedades que causaron la muerte masiva de personas, tal como ocurrió con la Peste Negra (1348-1353), que costó la vida a veinticinco millones de personas aproximadamente, o la llamada Gripe Española (1918-1921), que causó la muerte de cuarenta millones de personas (en Chile se perdieron cuarenta y tres mil almas).

Por lo anterior, es claro que el impacto de las epidemias fue determinante a la hora de explicar el por qué la población indígena tuvo un brutal descenso durante el primer siglo de conquista. Más que las espadas y arcabuces, un ejército viral invisible fue devastador para pueblos que no tenían ninguna defensa —anticuerpos— para enfrentar enfermedades que no conocían. La viruela, la influenza y el sarampión fueron fuerzas incontenibles y cuya propagación, incluso, se adelantó a los propios conquistadores, tal como ocurrió en el caso de la viruela en el Perú. De hecho, se sabe que previo a iniciarse la empresa de conquista al mundo Inca, esta enfermedad arrasó con parte de la población andina.

Los testimonios de la época describieron con asombro la velocidad de este mal. El contacto entre personas provocaba casi inmediatamente el contagio, aspecto no menor en culturas indígenas en donde se hizo casi imposible mantener el aislamiento, tal como ocurrió en el Caribe a partir de 1518.

Para el caso del sarampión, el efecto fue similar. Se cree que en la epidemia que se desató en Cuba, en 1529, fallecieron dos tercios de la población indígena. Y cuando el mal se extendió por México, América central y el mundo andino, la mortandad que dejó, en especial a los niños, fue un golpe demográfico de proporciones.

En suma, las epidemias y pandemias han sido parte de la historia americana, y hoy, en el contexto del COVID-19, volvemos a mirar el pasado para reflexionar y tomar conciencia de un peligro que se creía superado.