Desde Génova se aventuraron hacia tierras americanas para, después de meses de navegación, dejar atrás la guerra de Europa. Valparaíso fue la esperanza de muchos jóvenes campesinos que, aunque llegaron con lo puesto, se las ingeniaron para vivir del comercio y sus almacenes: los emporios. Con ellos se hizo barrio en el puerto y sus historias motivaron la realización del documental Emporios: inmigrantes italianos de ayer y hoy.
Texto y fotografía Constanza Fernández C.
Lo llamaban el Emporio Comercial del Pacífico porque desde los años de la Independencia hasta la aparición del Canal de Panamá, Valparaíso fue el puerto más seguro para almacenar la mercadería que llegaba de Gran Bretaña, el Pacífico Oriental y el continente asiático, principalmente. Tal fue su auge, que desde el puerto de Génova, allá en el norte lígure, muchos intentaban alejarse de los conflictos provocados por la unificación italiana, zarpando rumbo a las Américas.
Con la Primera Guerra Mundial la realidad económica se hizo aún más precaria e insostenible, apareció el hambre; las pestes y la desnutrición obligaban a dejar la patria. Mientras el futuro de Europa se volvía incierto, la migración crecía y los jóvenes se alejaban de sus familias con la esperanza de alcanzar las oportunidades que la joya del Pacífico ofrecía al otro lado del mundo. Eran tiempos de guerra y en los pueblos campesinos de la Liguria escaseaban los alimentos, no había trabajo y, en casi todas las familias, generalmente numerosas, los hijos mayores se transformaban en aventureros obligados, desafiados por la guerra cargaban sus maletas de coraje y, aunque jamás pensaron irse para siempre, la realidad es que pocos volvieron a casa.
Estados Unidos, parte de Brasil, Argentina, especialmente Buenos Aires, y Villa Alemana, Quilpué y Valparaíso, en Chile, fueron zonas que rápidamente se poblaron de italianos. Allí hicieron familia y también patria, trayendo desde la lejana Italia novedosos productos para el comercio; sabores y gustos desconocidos que se instalaron fácil en las cocinas chilenas y, poco después, también en la moda y accesorios de mujeres y hombres porque, aunque llegaron sin dinero y no hablaban el idioma, los negocios de los italianos se hicieron famosos en el puerto. Así lo hizo el bis nonno Risso, abuelo de Magdalena Gissi, realizadora audiovisual que rescata estas realidades en su documental Emporios: inmigrantes italianos de ayer y hoy. Ella es una mujer, como muchas, de raíces compartidas entre los dos puertos, su constante preocupación por la memoria la hizo reaccionar frente a la desaparición de los almacenes de barrio y no dudó en documentar sus últimos tiempos.
DE LA VITRINA AL CINE
La relación de Magdalena con los emporios viene de los inicios del mil novecientos, cuando su bis nonno, Francesco Risso, llega de Génova a Valparaíso, para trabajar con Nicola, su tío, en un emporio. Al poco tiempo se casa con Elena y juntos trabajan por más de cincuenta años en el famoso emporio Risso, cuya construcción, levantada por el mismo Queco, como le decían al bis nonno, aún existe en el cerro Esperanza; en el segundo piso habita Elena Risso, su hija menor, y el primero, antiguo espacio para el almacén, está vacío.
“La principal característica social de estos espacios comerciales era la familiaridad y cercanía amistosa con el barrio; mediante el negocio los extranjeros se iban relacionando con la comunidad porteña del plan”, cuenta Magdalena, y dice que según lo que le iban contando los entrevistados, seguramente esa naturalidad en la atención les permitió hacer comunidad e integrarse a este nuevo entorno que los acogía.
Fueron muchos los que siguieron el “modelo Risso” haciendo que, rápidamente, cada esquina de esta ciudad puerto, se poblara de pequeños —y de otros no tanto— almacenes de barrio que, además de abarrotes, en sus vitrinas exhibían sombreros, perfumes, artículos de costura, limpieza, entre otros productos que, al llegar de Europa, eran novedad para los chilenos.
Estos negocios se ubicaron, más menos, cada seis cuadras de distancia, en las zonas donde los cerros descienden paulatinamente hacia el centro de la ciudad y, la mayor parte de ellos, optaron por las esquinas. Así, cada emporio era, por sí mismo, un lugar de encuentro y sociabilidad para la población que habitaba en el radio de esas seis cuadras.
Otros tantos llegaban también de lejos, en burro y de a caballo viajaban desde las localidades cercanas para abastecerse e informarse de las novedades del barrio, del puerto e, incluso, del país, porque en los emporios las noticias se sabían. La familia atendía y llamaba a los clientes por su nombre, abriendo espacio para largas conversaciones donde se compartían alegrías y novedades. También se recogían mensajes, se guardaban encomiendas y, si algún vecino pasaba por problemas económicos, existía la lista de los fiados, beneficio impensable para las grandes cadenas de supermercados actuales. De esos tiempos sólo quedan extraviadas notas del tipo: “hoy no se fía mañana sí”, cuyo motivo es bastante distinto al de antaño.
PIMENTEL Y LA GUITARRA PORTEÑA
A través de conversaciones, relatos en off e imágenes de archivo, el documental cuenta la historia de estos almacenes y la de quienes los mantuvieron con vida hasta fines del siglo pasado. Los emporios llegaron a ser más de mil, fueron negocios de tradición, esfuerzo y también nostalgia. “Los helados que me regalaba el nonno”, recuerda Magdalena. A pesar de que era una niña cuando lo cerraron, tiene la imagen de sus dos nonnos siempre juntos atendiendo el local; de lunes a sábado, afirma hoy. Ecco, algo así como: ¡eso!, era uno de los modismos más usados en su casa y también en el emporio, donde los salames y jamones se exhibían en vitrinas de madera y de gran altura junto a sombreros, adornos, vajillas y un sinfín de productos.
Las costumbres italianas se mantuvieron entre los inmigrantes y se transmitieron a los porteños, “nosotros escuchábamos ópera, esos clásicos de Italia como Verdi y Vivaldi”, recuerda Magdalena, quien tuvo la suerte de criarse con comida casera porque sus nonnas y madre preparaban la masa y armaban, a mano, los ñoquis y los raviolis rellenos.
“Marta Rebora, a quien conocí viviendo en Roma, que aparece en algunos fragmentos y es también la voz en off del documental, está casada con Roberto Fuertes García, bisnieto de Carlos Pimentel, quien valoró la propuesta patrimonial del documental y aceptó difundir la obra de su abuelo a través de la película”, explica Magdalena.
Pimentel fue guitarrista y compositor, quien, además de ser uno de los principales exponentes de “la guitarra sola” y formar parte de la primera escuela de guitarra chilena, se estableció e hizo su carrera en Valparaíso, algo que encantó a la realizadora. Investigando la música del puerto se encontró con su guitarra, que al ser contemporánea con la época de mayor auge de los emporios, potenciaba el trabajo con la memoria que buscaba en su película. Después de escuchar el disco valoró esta coincidencia y se dio cuenta de que con ella podría poner en valor tanto la obra de Pimentel, seleccionando los temas más representativos de la sensibilidad de la época, como el ingenio que el ser humano puede llegar a desarrollar para trascender la guerra.
– Premio Ciudad Valparaíso 2017
Fundación Futuro.
– Estreno documental Emporios: inmigrantes italianos de ayer y hoy.
14 de diciembre, 20:15 hrs. / Cineteca Nacional /Entrada liberada para todo público.
– Festivales internacionales
-Independent Documentary Film and Video Latin American Meeting: All Voices Against Silence, México.
– International Documentary Film Festival OF CINEMA, Polonia
– XXXII Festival del Cinema Latino Americano di Trieste, 18 – 26 Novembre 2017
Estados Unidos, parte de Brasil, Argentina, especialmente Buenos Aires, y Villa Alemana, Quilpué y Valparaíso, en Chile, fueron zonas que rápidamente se poblaron de italianos. Allí hicieron familia y también patria, trayendo desde la lejana Italia novedosos productos para el comercio.
“La principal característica social de estos espacios comerciales era la familiaridad y cercanía amistosa con el barrio; mediante el negocio los extranjeros se iban relacionando con la comunidad porteña del plan”, Magdalena Gissi.
Estos negocios se ubicaron, más menos, cada seis cuadras de distancia, en las zonas donde los cerros descienden paulatinamente hacia el centro de la ciudad y, la mayor parte de ellos, optaron por las esquinas. Así, cada emporio era, por sí mismo, un lugar de encuentro y sociabilidad para la población que habitaba en el radio de esas seis cuadras.