Un reportaje sobre la longevidad de la Humanidad aseguraba que el individuo que vivirá ciento cincuenta años ya había nacido. Ya no se habla de la crisis de los cuarenta como un portal hacia el segundo tiempo y los descuentos rumbo a la muerte. La gente vive más, los ciclos laborales se extienden, los hijos se marchan más tarde de casa.
En el mundo de la música popular, algunas de las estrellas que devoraron al planeta en los sesenta giran incombustibles. Ocurre con Paul McCartney, Bob Dylan, The Rolling Stones y The Who, proyectando trayectorias colosales sin fecha de vencimiento.
Paradojalmente, el otrora duro James Hetfield, de Metallica, ahora solloza ante el público sobre la sensación cuesta arriba de continuar en maratónicas giras a los cincuenta y ocho años. Quizás desconcierta a los primeros fans mientras el público más joven, con otra perspectiva sobre la expresión emocional y la salud mental, empatiza con su sinceridad.
“Sólo estoy en medio de mi primer retiro”, respondió David Lee Roth sobre la posibilidad de participar en un tributo a Van Halen junto al guitarrista Joe Satriani y el batero Alex Van Halen. El cantante había anunciado su adiós de los escenarios en octubre pasado, en tanto alude a un clásico del cine para explicar el eventual retorno. “¿Cuántas veces se retiró Rocky? Siete”.
ABBA revive con un extraordinario show de hologramas en Londres programado diariamente. Jimmy Page reveló una oferta similar para un proyecto con Led Zeppelin, estancado por falta de acuerdo entre los integrantes. Quizás es cosa de tiempo. La misma puerta se abre con The Beatles, Elvis y otras tantas leyendas.
Mientras se alarga la vida, los grandes clásicos persisten más allá de la muerte, o porque aún pueden brindar un espectáculo digno de atención. No se trata de inmortalidad, sino de quedarse un rato más disfrutando de la existencia y haciendo gozar a otros con canciones imperecederas. El tiempo aún puede detenerse. Al menos por un rato.