La co-creación no es un concepto abstracto; es una práctica que requiere disciplina y un cambio de mentalidad. Implica escuchar activamente, abrir espacios de diálogo y permitir que los talentos brillen. En vez de buscar imponer su propia visión, el rol del líder es facilitar el camino para que cada persona aporte desde sus fortalezas. Y para eso, la cultura organizacional debe estar construida sobre el respeto, basada en la confianza y el propósito compartido.
“El liderazgo no se trata de títulos o jerarquía, sino de tener un impacto positivo en las vidas de las personas que te rodean”. La frase de Sheryl Sandberg, reconocida autora, ejecutiva y activista empresarial estadounidense, resuena con fuerza en un mundo que está cambiando más rápido de lo que podemos procesar, y con él, nuestras formas de liderar.
Durante mucho tiempo, el liderazgo empresarial estuvo marcado por estructuras jerárquicas rígidas, donde el control y la autoridad eran las principales herramientas para guiar a las organizaciones. Pero hoy, en un entorno donde la innovación, la creatividad y la adaptación constante son esenciales, este modelo quedó obsoleto.
El nuevo liderazgo deja atrás la idea de dar órdenes desde arriba e imponer decisiones sin llegar a consensos. Hoy hablamos más de co-crear, un concepto que implica construir en conjunto y permitir que las propuestas fluyan desde todos los niveles de la organización. Esto no solo enriquece la toma de decisiones, sino que también genera un sentido de pertenencia y compromiso profundo en cada miembro del equipo. Además, va muy en línea con lo que plantea un reporte de Gallup de 2025 sobre liderazgo global, donde trabajadores encuestados en 52 países declararon que lo que más valoran en sus líderes son cualidades como la esperanza, la confianza, la compasión y la estabilidad.
A través de la participación y relacionamiento con distintos ecosistemas, empresas y proyectos, he sido testigo del impacto de pasar de un liderazgo basado en el control a uno fundamentado en la apertura y la colaboración. Cuando las estructuras se basan en la horizontalidad, las personas sienten que sus ideas cuentan y que sus aportes realmente pueden transformar a la organización, volviéndose protagonistas activos. En lugar de limitarse a ejecutar órdenes, cuestionan, proponen, desafían y se comprometen con una visión compartida.
Este enfoque no solo potencia la creatividad, sino que, además, construye culturas empresariales donde el aprendizaje continuo es una prioridad. Cuando se fomenta un entorno seguro donde equivocarse no se castiga, sino que se valora como parte del proceso, los equipos se atreven a asumir riesgos inteligentes. De esta manera, la organización crece de manera orgánica y sostenida, adaptándose a los cambios del entorno con agilidad.
Este cambio de paradigma es urgente en las empresas de Chile y Latinoamérica, donde muchas veces arrastramos modelos jerárquicos tradicionales que frenan la innovación y limitan el crecimiento. Los líderes necesitamos aprender a soltar el control, mientras que los colaboradores deben empoderarse y compartir sus opiniones y visión. Los resultados son visibles y sorprendentes, ya que cuando los equipos se empoderan, aumenta la productividad, se atrae y retiene talento, y se construyen organizaciones más resilientes y adaptables.
El liderazgo de hoy nos desafía a ser humildes, a aprender continuamente y a liderar desde la empatía. La co-creación transforma empresas e impacta profundamente en la vida de las personas. Trabajar en un entorno donde se valora la opinión, se fomenta el aprendizaje y se da mayor protagonismo al equipo es una experiencia poderosa que trasciende el ámbito laboral. Estamos en un momento clave para replantear qué significa liderar y qué tipo de impacto queremos dejar. El futuro pertenece a las organizaciones que se atrevan a liderar desde la colaboración y el propósito compartido, donde la innovación no es un objetivo lejano, sino una consecuencia natural de una cultura abierta, confiada y con impacto positivo.