“Creo en el compromiso del ecosistema emprendedor por potenciar la misión de los startups y de negocios con propósito. Porque sé y he visto cómo hubo quienes quedaron en el camino y cómo otros sobrevivieron en esa misma vía. Aquí me detengo en un punto clave para que esto último ocurra: el intraemprendimiento, el que se genera dentro de estructuras consolidadas”.
Así como luego de una tempestad, la economía mundial aún no ve tranquilas sus aguas. Este domingo, Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), advirtió que los riesgos para la estabilidad financiera global pueden seguir aumentando en el tiempo, sobre todo en lo que compete a la inflación. Esto debido a las consecuencias de la pandemia y las restricciones de movilidad, así como la guerra en Ucrania.
Un sector que testimonia fielmente estas dificultades es el del emprendimiento y las empresas de menor tamaño. En Chile esta actividad económica se vio afectada de manera importante en 2020, con el aumento del desempleo, la reducción de los ingresos y la llegada de una mayor fragilidad financiera en los hogares. Y si le sumamos el contexto previo, en atención al estallido social y las magras consecuencias para este tipo de organizaciones, bien podemos hablar de casi cuatro años de incertidumbre para quienes llevan adelante sus propios negocios.
No cabe duda que el momento es desafiante para estas empresas, las que en nuestro país son el motor de la creación de empleos y del crecimiento inclusivo. No obstante, también soy de las que miran el vaso medio lleno, o tal vez nunca tan vacío, pues si algo he aprendido en estos años como emprendedora y empresaria es que toda crisis viene atada a costos, pero también a oportunidades.
Me explico. Bajo urgencia, en momentos escabrosos de no saber lo que viene mañana, las empresas se ven obligadas a adaptar y perfeccionar sus modelos de negocios. Para varias suele ser duro, en especial cuando se disgregan equipos y sueños. Son los riesgos para sobrevivir ante las vicisitudes, pero al mismo tiempo, un instante que exige cambios efectivos, rápidos y certeros. La experiencia mundial demuestra cómo la perseverancia y la versatilidad de algunas de las empresas más importantes del orbe fueron meritorias para sortear una crisis —o varias— y sobresalir hasta nuestros días. McDonald’s, Walmart, Nike, Airbus, Microsoft, Starbucks, por decir algunas que se me ocurren mientras tecleo.
La semana pasada se supo que, junto a un grupo de chilenas proemprendimiento, nos sumamos a una nueva ronda de inversión de Políglota, la startup chilena que revoluciona el aprendizaje de idiomas a partir de métodos creativos, simples, cercanos y efectivos. Un negocio que he tenido el agrado de ver crecer y perseverar en todos estos años, con un equipo potente y del que me honro de ser su socia. Sus expectativas de crecimiento en Latinoamérica, que dan cuenta de sus más de 30.000 alumnos y más de 250 empresas que utilizan la plataforma, son también parte de mi norte.
Porque creo en el compromiso del ecosistema emprendedor por potenciar la misión de las startups y de negocios con propósito. Porque sé y he visto cómo hubo quienes quedaron en el camino y cómo otros sobrevivieron en esa misma vía. Aquí me detengo en un punto clave para que esto último ocurra: el intraemprendimiento, el que se genera dentro de estructuras consolidadas.
A mi juicio, en tiempos tan veloces y disruptivos como los que estamos viviendo, las empresas deben ejercerlo día a día. Darle lugar y volverlo una cotidianidad entre altos mandos y colaboradores, con ideas, nuevas propuestas y formas de salir a flote ante los embates de la marea, ya que siempre luego de la tormenta aparece el sol. Y desde que recibimos sus primeros rayos, salir adelante es una responsabilidad compartida.