Años atrás, luego de terminar una entrevista con Jorge Coulón en su casa de Valparaíso, le pregunté qué había sucedido para llegar a ese punto en que Inti Illimani se dividió en facciones irreconciliables. Coulón dio su versión donde un personaje externo había inoculado el quiebre sin-querer-queriendo.
El caso del Inti es parte de una paradoja. Algunos de los más selectos nombres de la Nueva Canción Chilena, que hacia fines de los sesenta se convirtieron en la banda sonora del proceso que condujo a la Unidad Popular al poder, convencidos de un modelo igualitario donde primara el reparto y la solidaridad, terminaron, décadas más tarde, completamente fracturados por disputas de egos y regalías.
La situación de Inti Illimani, donde una de las causas centrales del conflicto se relacionaba con créditos autorales, en su mayoría pertenecientes al director musical Horacio Salinas junto a José Seves y Horacio Durán, se suma el de Quilapayún, que durante algunos años tuvo dos versiones, una en Francia y otra en Chile, hasta que la facción de Eduardo Carrasco se impuso.
Illapu nunca atravesó una crisis parecida gracias al férreo liderazgo de Roberto Márquez, pero sufrió alejamientos importantes, como la salida del fallecido Eric Maluenda, una de sus voces más reconocibles. Sol y lluvia, que en rigor no es parte de la Nueva Canción Chilena, pero sí directos herederos, sobrevive con un solo miembro original.
Caso completamente aparte, el grupo Congreso. Si bien registran numerosas alineaciones desde 1969, la fuerza creativa persiste en el baterista y compositor Sergio “Tilo” González, junto a la voz y los textos de Pancho Sazo. Este 2022 publicarán un decimoctavo álbum que ha sido adelantado por singles representativos de un carácter artístico más pendiente del futuro que de la nostalgia. No hay mejor receta para perdurar que ejercitar los músculos creativos sin estar pendiente del calendario y los recuerdos. A cincuenta y tres años de su fundación, el legendario e inigualable grupo de Quilpué es un ejemplo viviente.