Con más de seis décadas de trayectoria, el artista Edgardo Catalán ha convertido la pintura en una reinvención del pasado que habla no solo del paso del tiempo, sino de la fragilidad de la vida. Su obra —atravesada por una nostalgia luminosa—, transita entre lo figurativo y lo abstracto, e indaga en la luz y la memoria. Por estos días trabaja en una nueva exposición que tendrá lugar, en junio del 2026, en la galería Tarquiniart.
Su infancia transcurrió entre la Araucanía y el puerto de Valparaíso, “el lugar de mi encuentro con el mar y con la luz, donde aprendí a ver el mundo desde los cerros”. Más tarde, vinieron los viajes: casi tres décadas en California y otros años en Europa, lo ayudaron a comprender que la distancia también enseña. “En cada salida, en cada regreso, uno se descubre distinto. El viaje fue una toma de conciencia: lo vivido afuera amplifica la mirada sobre lo propio. Entendí que el movimiento es también una forma de evolución”.
Desde su taller, dice que el lienzo en blanco es un desafío a la imaginación, que ser artista es vivir en un equilibrio precario y que pintar es recordar, en parte, inventando.
¿Cómo describiría su proceso creativo?
Podría decir que mi proceso parte de una idea o un sentimiento que luego se convierte en imagen. Hay intuición, incubación e iluminación, como decía Igor Stravinski. Trabajo con veladuras, con capas delgadas de óleo, buscando una especie de lirismo en la luz. Para mí, como decía Klee, pintar es hacer visible aquello que es invisible.
Sus obras transitan entre lo figurativo y lo abstracto. “En esa frontera sucede el misterio. Lo figurativo evoca el mundo visible, lo abstracto revela el mundo interior. Pinto desde esa zona ambigua donde lo real se desdibuja para dar paso a lo que se siente, más que a lo que se ve. Soy prisionero del principio de incertidumbre”.
MAESTRO DE GENERACIONES
Durante décadas, fue maestro de generaciones en Valparaíso. Enseñó dibujo y pintura en el Liceo de Hombres de Quillota, la Escuela de Bellas Artes, la Escuela Italiana y el Colegio Rubén Castro. Durante veintitrés años fue profesor en las escuelas de Diseño y Arquitectura de la Universidad de Valparaíso. “Enseñar me obligó a entender el dibujo como una proyección de la mirada. Dibujar es, en esencia, aprender a ver”.
También dirigió la Sala El Farol, un espacio que marcó un hito en la escena artística local. “Fue una etapa de efervescencia creativa, donde la creación y el diálogo eran el centro. Allí se fraguaron muchas búsquedas que aún me acompañan”.
¿Siente que pinta para recordar o para olvidar?
Pintar es recordar inventando. La nostalgia y la lejanía son una misma cosa: en el palimpsesto de la memoria, el sentimiento reescribe lo vivido con nuevos colores y luces. Creemos recuperar el pasado, pero en realidad lo reinventamos.
¿Qué papel juega la memoria en su obra?La memoria es el territorio donde trabajo. No
como archivo, sino como reinvención. Cada pintura reescribe lo vivido con nuevos tonos. En realidad, no recordamos: inventamos de nuevo el recuerdo. El arte es ese intento de reconciliar lo que fue con lo que aún vibra en nosotros, es ese intento de recordar el futuro.
¿Cuál es su sello?
Creo que mi sello podría estar en la búsqueda de un modo lírico dentro de la estructura. Me interesa la composición como un tributo al orden, pero con una vibración íntima, casi poética. Tal vez mi huella esté en esa tensión entre la geometría y la emoción.
En algunas entrevistas ha planteado la idea de una “poética de la ausencia”. ¿A qué se refiere?
Ese término lo tomé el filósofo Sergio Rojas para titular un libro que publiqué en 2006. La “poética de la ausencia” tiene que ver con aquello que ya no está, con lo que se insinúa más de lo que se muestra. En el fondo, toda pintura habla de lo ausente: del paso del tiempo, de la memoria, de la fragilidad de la vida. En el libro hay una sección de viñetas autobiográficas que escribí como complemento de las imágenes y que titulé Pasajero en tránsito.
¿Qué significa ser artista?
Ser artista es vivir en un equilibrio precario, como en el filo de una navaja. Una conciencia lúcida sabe que la vida es frágil, pero también luminosa. El arte es esa tentativa por fijar lo efímero.
¿Cómo enfrenta un lienzo en blanco?
Con una mezcla de respeto y ansiedad. El lienzo en blanco es un desafío a la imaginación. A veces el impulso es espontáneo; otras, es un estímulo que se genera desde adentro.
¿Qué rol juega la inspiración en su trabajo?
La inspiración es un impulso necesario, aunque no siempre externo. A veces es un estímulo espontáneo o una intuición que surge del propio oficio. Como decía Octavio Paz, el creador encuentra la chispa tanto fuera como dentro de sí.
¿Qué le interesa explorar ahora, después de tantos años de creación?
La evolución. Me interesa seguir investigando los límites entre el espacio y el color, entre la figura y la abstracción. Cada obra es una posibilidad de reencontrarse con lo esencial.
A los ochenta y ocho años, Catalán sigue pintando con la certeza de que el arte, como la vida, es una forma de resistencia: una manera de permanecer.





















