De acá al año 2050 tendremos más plástico que peces en el mar y mientras lees esta columna, sólo en un día, ciento cincuenta especies se estarán extinguiendo en el planeta. Datos aterradores frente a los cuales muchas veces —y como lo hacemos en ocasiones en que la realidad supera la ficción— preferimos evadir y no hacernos cargo de la crudeza de un escenario que hemos ocasionado nosotros como raza humana.
Durante mis quince años de trabajo en desarrollo sostenible en Chile y Latinoamérica he buscado diferentes caminos y diseñado variadas experiencias y plataformas para contribuir a una mayor concientización respecto del cuidado del medioambiente, y sacando una radiografía actual hemos avanzado, pero no lo suficiente, en tiempos en donde además se nos sumó una pandemia covid-19, que solo aceleró la contaminación planetaria con sus desechos. La mirada tradicional nos ha invitado, por años, a proponer un desarrollo sostenible desde el triple impacto, incorporando las dimensiones económica, social y medioambiental, pero claramente nos hemos quedado cortos con esa perspectiva y los números lo avalan. A lo anterior, se suma un reloj de arena que avanza sin piedad y nos deja menos tiempo para tomar acción.
¿Cómo hacernos responsables de la crisis climática en curso? Los caminos son múltiples, como, por ejemplo, acciones cotidianas, como privilegiar el consumo de productos locales hechos por eco-emprendimientos y con menor huella de carbono, evitando el desperdicio de alimentos, ya que un tercio de ellos termina en la basura, reutilizando, reciclando, etc. Pero tenemos que avanzar e ir más allá y eso lo haremos mirándonos al espejo y haciéndonos cargo, primero, de nuestro propio planeta personal, buceando en nuestro interior, conectando con lo que he definido como el quíntuple impacto. Esto significa incorporar a los ya conocidos impactos sociales, ambientales y económicos, los ámbitos culturales y espirituales del ser, dando foco y prioridad a estas dimensiones como los reales gatilladores de un cambio desde adentro hacia afuera.
Hoy es de urgencia conectar con nuestra “Ecología Personal”, una metodología que he abrazado y que da nombre a mi primer libro, entendiendo que la sobrevivencia sana de las futuras generaciones pasa primero por la valoración de nosotros mismos, reconocer que estamos dañados por el entorno y que, en la medida que encontremos nuestra brújula personal, nos acercaremos a la misión, propósito y causa individual y colectiva. Lo cual, de manera inequívoca, nos llevará a ser más respetuosos con nosotros mismos, con nuestro entorno, con una vida más minimalista y con el planeta. Cultivar la “Ecología Personal” es vernos como un todo integrado al resto. Si hacemos la analogía con un auto, creo que es tiempo de repararnos física, mental y emocionalmente. Es tiempo de meternos al taller.