Cuando no hay mapa, la creatividad es la brújula

Alejandra Mustakis, emprendedora y empresaria chilena

Cuando no existe una guía predefinida, la única herramienta que realmente puede orientarnos es la creatividad. No me refiero a ese don reservado a artistas, creadores o inventores, hablo de la creatividad como una manera de pensar y de vivir: la capacidad de mirar el mismo problema desde ángulos nuevos, combinar lo que parece inconexo y atreverse a cuestionar lo que todos dan por sentado.

Seguramente todos hemos enfrentado momentos en los que el camino parece borrarse y no hay un plan claro que seguir. En esos instantes, la reacción natural suele ser detenerse o esperar instrucciones. Pero en mi experiencia como emprendedora y como parte de comunidades creativas, he descubierto que es justamente en la ausencia de un mapa donde surgen las decisiones que impulsan los mayores avances.

Si los mapas nos dicen cómo llegar a un destino donde alguien ya estuvo antes, la creatividad nos permite descubrir territorios que nadie ha pisado. Ahí está la diferencia y también el desafío: la creatividad no garantiza que lleguemos rápido, pero sí que vayamos a lugares que valen la pena.

Siempre me ha gustado leer, pero lo veía como una manera de desconectarme. Con el tiempo encontré en la lectura la inspiración y el silencio mental que necesitaba para ser más creativa en mi trabajo. También descubrí que las charlas TED pueden ser tan reveladoras como cualquier análisis de datos. El deporte, las caminatas y los paseos también son una muy buena opción para cuando nos sentimos estancados.

La creatividad también prospera en la conexión. Algunas de mis mejores ideas han nacido de conversaciones casuales, de esos momentos en que dos mentes se encuentran y crean algo que ninguna podría haber imaginado sola. Por eso valoro tanto los espacios de encuentro en todo ámbito: con mi familia, mis amigos, mis socios, compañeros de trabajo y cualquier entusiasta comprometido con hacer las cosas de una manera distinta.

Una de las cosas más liberadoras que he aprendido es que la creatividad requiere una relación sana con el error. No conozco ninguna forma de lograr algo verdaderamente valioso sin cometer muchos errores en el proceso. Por eso prefiero hablar de equivocaciones en vez de fracaso. Suena más liviano y amigable, pero también hace que se viva el proceso de esa misma manera. La creatividad necesita espacio para experimentar, probar y fallar sin que eso signifique el fin del mundo.

En América Latina, estamos acostumbrados a navegar con pocas certezas y con un entorno que cambia rápido. La inestabilidad, la falta de infraestructura u oportunidades muchas veces son vistos como barreras, pero también pueden convertirse en catalizadores de innovación si dejamos de aferrarnos a la idea de que todo tiene que estar resuelto de antemano. La creatividad florece en la incomodidad, en el vacío que deja lo que no existe todavía.

El mundo actual necesita menos personas esperando el mapa perfecto y más que estén dispuestas a improvisar sobre la base de sus valores, conocimientos y sensibilidad. Quizás la pregunta que debamos hacernos no es “¿dónde está el mapa?”, sino “¿qué quiero construir con lo que tengo hoy?”. Porque la brújula creativa no apunta a un norte fijo, se alinea con nuestras convicciones y nos empuja hacia aquello que vale la pena imaginar y hacer realidad.

En tiempos inciertos, puede que ni siquiera existan mapas actualizados. Pero la creatividad siempre está ahí, esperando que la tomemos en las manos. Ser creativo o creativa hoy no es una moda, es una competencia esencial para liderar, emprender y vivir con sentido.