Hoy fui a la feria del estero en Viña. Solo existen los ingresos y salidas del estero. Los compradores con sus bolsas y carritos llenos de verduras y frutas esquivan la cantidad de autos, que se mueven casi sin vías ni estacionamientos. En los puestos de venta todo funciona bien, pero al volver al auto, con las compras, hay que hacerle el quite a los autos mirando para todos lados.
Ya conduciendo de vuelta a casa, feliz de haber salido de este “despelote” y pensando en las ricas alcachofas, los espárragos, las chirimoyas y melones, me adelantó un vehículo al doble de velocidad marcada en el pavimento, otro pasando de una pista a la otra, sin encender la luz intermitente unos 30 metros antes para el cambio de pista.
Acostumbro a conducir por la pista lenta, pero siempre preocupado del vehículo que tengo por delante, ya que casi siempre, al llegar a una esquina, tengo que adivinar si va a doblar o va a seguir de largo.
Recuerdo cuando era cabro, mi tío Rómulo compró una camioneta Mitsubishi recién llegada al país, especial para su “pega” de constructor civil, y me regaló su viejo Dodge año 29. Para virar, debía sacar el brazo izquierdo y mostrarlo derecho si viraba al lado izquierdo, hacía arriba si viraba a la derecha y hacía abajo, si iba a detenerme.
Ahora, como decía: hay que ser adivino.