Se suspendió la edición del festival Woodstock que debía celebrar los cincuenta años del legendario evento entre el 16 y 18 de agosto próximos en el autódromo Watkins Glen de Nueva York, con artistas como Jay-Z, Miley Cyrus, Imagine Dragons, Robert Plant y Santana. No fue una gran sorpresa tras un par de señales. Primero, The Blacks Keys, uno de los cabezas de cartel, anunció su retiro a comienzos de abril por problemas de agenda, un socorrido eufemismo cuando se intuyen dificultades. Luego, el inicio en la venta de entradas fue pospuesto en medio de rumores sobre financiamiento y permisos. Finalmente se admitió esta última razón para cancelar el festival.
A pesar de la leyenda que Woodstock invoca gracias a la primera versión de agosto de 1969, que atrajo a cuatrocientas mil personas como punto final a la era hippie, la marca siempre ha lidiado con el desastre. La idea original era una cita de música al aire libre con veinticinco mil personas, a lo sumo. Como bien muestra la película de 1970, la localidad rural donde se celebró quedó arrasada con los hippies hambrientos semejando una plaga zombi en busca de agua y comida. Hubo paz, amor y devastación.
La versión de 1994 tuvo problemas similares porque nuevamente los cálculos de convocatoria fallaron: sólo 164 mil boletos vendidos para más de medio millón de personas. La celebración de los treinta años, en 1999, fue puro vandalismo. Los asistentes no podían llevar agua ni alimentos así que debían someterse a precios abusivos, los escenarios estaban separados a cuatro kilómetros, se declararon incendios y hubo denuncias de violaciones. Para la cultura pop se trata de un símbolo de paz, aunque los hechos digan lo contrario.