Hace mucho tiempo, unos mayas me enseñaron algo que he intentado practicar y que no es nada fácil. Ellos me preguntaron: ¿cuántas preguntas te haces al día? Al ver mi cara de sorpresa era evidente que ninguna o muy pocas. Me empecé a preguntar por qué no me preguntaba y lo que apareció era obvio: me asustaban las respuestas. Tendría que hacerme cargo de ellas y, probablemente, hacer cambios y tomar decisiones.
Cuando llevé este aprendizaje a talleres, me di cuenta de que no estaba sola en este problema y que a todos, o a casi todos, nos pasaba lo mismo. Cuando me refiero a preguntas, quiero decir cuántas veces en el día te preguntas: ¿cómo estás?, o ¿cómo está tu vida?, ¿cómo te sientes? Y tantas otras que pueden venir a tu cabeza.
Es verdad que al sistema económico que tenemos no le conviene gente pensante o que se pregunte muchas cosas, así consumimos más y somos más “dóciles” al momento de actuar. Quizás por eso hemos ido eliminando la filosofía de las aulas y de las calles, lo cual sólo me asusta y no me gusta.
Las preguntas que nos planteamos son nuestro pequeño espacio de libertad que nos permite poder elegir y, sobre todo, hacernos cargo de todo lo que nos está pasando. Las preguntas ayudan a que no nos mintamos, a que seamos capaces de ver nuestras luces y nuestras oscuridades todo el tiempo y podamos actuar en consecuencia.
Quiero invitarte a hacerte preguntas desde que te despiertas hasta que te acuestas, no para que puedas elegir, seguramente hay muchas de ellas en que la respuesta será obvia y no podrás elegir, pero el sólo ejercicio de practicarlas te hará sentir distinto frente a todo, incluso frente aquello que tendrás que hacer igual o en aquellas donde la respuesta será evidente. El sólo ejercicio te sorprenderá, porque habrá muchas respuestas que las darán tu cuerpo y tus emociones sin poder controlarlas desde tu cabeza, simplemente ocurrirán.
Es como cuando tiembla o es Año Nuevo, cuando tu cabeza se va a personas que no imaginaste o que te ratifican que son las importantes de tu vida. Te harás preguntas como si quieres hacer regalos de Navidad en noviembre, o si tu hijo(a) necesita otro par de jeans o tal vez si es necesario o si quieres comer ese pie que sabes que te engorda.
Tal vez serán más importantes como si eres o no feliz, si estás en paz, si te sientes bien u orgullosa(o) de ti mismo(a). Te advierto con cariño que el ejercicio de hacer más y más preguntas requiere de una condición: la valentía, para poder aceptar las respuestas y hacerte cargo de ellas. No es tarea nada fácil ni cómoda, pero te aseguro que es muy satisfactorio el ejercicio de ser congruente con uno mismo y actuar desde el corazón todo el tiempo.
También da miedo empezar a practicarlo todo el día, pero es solo al principio. Pasa algo hermoso que es que después de ver, no es nada cómodo volver a hacerte el tonto(a) o el ciego(a) de nuevo. Parece ser un aprendizaje que no tiene retorno. Buena suerte, ojalá lo practiques con todo… yo al menos estoy en eso.