Arte y negocio: el oficio del productor 

Por Marcelo Contreras

Apenas sabe tocar instrumentos, dice no dominar los aspectos técnicos de una grabación y, en general, no saber “nada de música”. Así se define Rick Rubin, uno de los más afamados y requeridos productores de categoría mundial, cuyo currículo congrega a artistas de gran éxito del hip hop, el rock y el pop de los últimos cuarenta años. ¿Cuál es su gracia entonces? “La confianza que tengo de mi gusto y mi capacidad para expresar lo que siento —asegura— ha demostrado ser útil para los artistas”.

Rubin vende su marca como una especie de gurú en un oficio que requiere un abanico de destrezas entre el arte y el negocio, cuya finalidad es lograr que un álbum y sus canciones resulten coherentes y se potencien al máximo, junto con optimizar la inversión del sello discográfico.

En un productor de renombre confluyen un guía con olfato para seleccionar el material, un adiestrador responsable de obtener el mejor rendimiento del artista, un conocedor de las posibilidades de una consola y un gerente obligado a optimizar las horas del estudio, jamás baratas.

No solo Rick Rubin oficia de productor sin mayores conocimientos musicales y técnicos, también lo hizo Andrew Loog Oldham, el primer manager de The Rolling Stones derivado en productor por pura audacia, que llegó a orquestar los éxitos de la banda con sesionistas.

Los Beatles tuvieron en George Martin un apoyo crucial, precisamente porque era un músico y arreglador de vasta trayectoria, en posición de ampliar el lenguaje del cuarteto de Liverpool, potenciando al máximo sus talentos. A su vez, Michael Jackson encontró en el recientemente fallecido Quincy Jones, a la figura indicada para convertir su pop de origen afroamericano —una mezcla de funk, soul y soft rock que lo identificaba desde The Jackson 5—, en un producto de consumo masivo sin distinción de razas, capaz de doblegar al establishment que seguía segregando a los artistas negros.

En nuestra escena hay ingenieros en sonido que han derivado en productores como Gonzalo “Chalo” González, Pablo Stipicic y Pablo Giadach, de reputación internacional. Caso aparte es el de Cristián Heyne, probablemente el productor local más consistente en los últimos veinte años, la comprobación de que el pop con guiño indie es posible. Y desde Chile.