La estrella local de la música urbana, Princesa Alba, estrena video donde luce look afro y la artillería de redes sociales apunta apropiación cultural porque no pidió permiso para tomar la estética negra. Rosalía, la máxima figura del momento del pop español, suscrita también a este mestizaje de ritmos que confluyen en la música urbana, es víctima de las mismas acusaciones. Nacida en Barcelona recibe duras críticas por basar parte de su estilo en el flamenco, como si usurpara un credo o careciera de altura para cantarlo. Según el concepto de apropiación cultural, la irritación proviene cuando se cogen irrespetuosamente elementos de una cultura ajena.
Es curioso pensar en cercos para el arte. Inspirarse en otros es una forma de rendir tributo y ha estado presente desde la Antigüedad. En cuanto a la música contemporánea, Elvis Presley fue pionero en ser acusado de apropiación cultural por adaptar el blues y el góspel en sus primeros registros. Little Richard, uno de los rock, lo acusó en la canción Elvis is dead de Living Colour: “Un hombre negro le enseñó a cantar y luego fue coronado rey”. Entre fines de los setenta y comienzos de los ochenta, bandas como The Police y The Clash se acercaron al reggae y fue así como muchísima audiencia conoció aquella música de Jamaica. En Chile, Los Jaivas fueron una especie de miniorquesta para animar bailes en sus primeros años, hasta que el “Gato” Alquinta se largó a recorrer Sudamérica y volvió empapado del folclor latino, reseteando para siempre el sonido y la estética del conjunto.
En todos esos casos y otros incontables, la consecuencia fue que mayores audiencias accedieron a otras músicas y culturas. Nadie se burló en el camino. Al contrario. Prima el homenaje y la admiración. Una manera elegante de adular.