La creatividad, la diversidad y la cultura son pilares fundamentales para cualquier tipo de sociedad, pero aún más para las que siguen este modelo de desarrollo. Son plataformas que transforman economías, que actúan como verdaderos motores y que trasladan a la población hacia una mejor calidad de vida. A una potencialidad que puede no conocer límites.
Es cosa de ver a los sectores beneficiados, encontrándonos con las artes escénicas, visuales y plásticas. La gastronomía, el turismo y el entretenimiento. La educación, la investigación y el desarrollo. La arquitectura, la publicidad y el diseño. Las telecomunicaciones, el desarrollo de software, las tecnologías de información e, incluso, la industria aeroespacial.
Me refiero a la economía creativa, mundialmente conocida como la economía naranja, que implica que millones de personas construyan innovadoras maneras de comprender a la sociedad. El padre de este modelo, John Howkins, la definió como un espacio de reflexión sobre la capacidad de generar ideas, sin limitarse a un barrio, oficina u horario, ni menos a un quehacer cotidiano. “Es una economía en la que la gente, allá donde se encuentre, hablando con los amigos, tomando una copa, al despertarse a las cuatro de la mañana, piensa que puede tener una idea que funcione de verdad, y no sólo una idea por el mero placer esotérico, sino que por ser el motor de su carrera, condición e identidad”, indicó.
Su mensaje es inspirador porque deja la cancha abierta a la innovación, al pensamiento crítico y a un “nuevo Renacimiento” de la humanidad, junto a las múltiples mentes que lo podrían protagonizar. Sin embargo, toda historia responde a su contexto y hoy nos enfrentamos a uno bastante duro. La pandemia sigue golpeando a muchas industrias y, sin duda, las más lesionadas son las promotoras de servicios y productos “naranjos”, pues varias aún no cuentan con condiciones para un completo funcionamiento.
Pienso en las consecuencias que han enfrentado restaurantes, salas, teatros, y cuanto otro lugar donde antes fluían la pasión y la creatividad como brazos de un mismo río que hoy baja en su caudal. También en cómo el confinamiento afecta física y mentalmente a autoras y autores que no están plenos ante la falta de espacio, la poca concentración o por el legítimo temor de no querer salir y contagiarse. Por último, también pienso en los recursos públicos y privados redireccionados hacia otros fines que no contemplan a estas personas y sus urgencias.
La publicación del BID, Emprender un Futuro Naranja, consultó a distintos latinoamericanos de este sector por sus necesidades ante la pandemia, donde un cincuenta y ocho por ciento manifestó no generar ingresos suficientes para vivir de su emprendimiento o actividad tras el brote del Covid-19. ¿Cómo sacamos adelante a estas “mentes naranjas”? ¿Sabemos realmente lo que valen, lo que tienen y necesitan? Chile tiene un talento único. No tenemos que envidiarle nada a un estadounidense, a un asiático o a un europeo, porque hemos logrado importantes avances en distintas materias donde ellos tienen el doble, quizás el triple de recursos. ¿Qué sucedería si para salir de esta crisis nos la jugamos por una economía naranja? ¿Seguiríamos igual, o exprimiríamos todo nuestro potencial como país? Víctor Hugo decía que no hay nada más fuerte que una idea a la que le llega su hora. Hoy somos varios los que estamos ajustando el reloj.